Yo soy muy fan de Lindsay Lohan desde que la vi en el exitoso y necesario remake: Tú a Londres y yo a California (bueno, nosotros los fans la llamamos LI-LO, que, a raíz de esto, durante una época quise llamarme JO-RE, y creo que se lo dije a mi mujer, pero se hizo la dormida).
El caso es que LI-LO, a pesar de protagonizar películas como Quiero ser súper famosa, Chicas malas, Herbie: a tope, Devuélveme mi suerte o Un trabajo embarazoso se encuentra en un abismo vital… Está asomada al pozo de la existencia… Su vida va como mierda río abajo… o sea que mal. De hecho, en el pasado mes de noviembre, viendo que no le llegaba el dinero, tuvo que pedirle prestado a Charlie Sheen (entre los “gambiteros” hay una red de ayudas, por si no lo sabíais). En definitiva: Li-Lo es un juguete roto. Porque, claro, ella empezó a actuar con tan sólo 10 años y el éxito le arrolló, porque el éxito temprano es como un tsunami de alfombras rojas, glamour y dinero, y ahora mismo está como vaca sin cencerro.
Pero la comprendo porque yo, cuando era niño, estaba en un grupo de coros y danzas y resulta que era el mejor bailando las manchegas, y actuábamos prácticamente todos los fines de semana, y la gente me aplaudía, y cuando cerraba los ojos seguía oyendo la dulzaina… Y me encontraba dentro de una vorágine… Y se me subió a la cabeza… Y cambié, no era el mismo: dejé de hablarme con mi primo, daba portazos, comía a deshoras, empecé a inhalar helio, contestaba mal... Total, que llegó un momento que me miré al espejo y no me reconocía. Y lo dejé, pero si hubiera seguido con las manchegas, no sé qué sería de mí ahora mismo.
PD: Si repites “LI-LO” tres veces delante de un espejo, te ves a ti mismo estudiando oposiciones.
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