Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'Camera Café': la dosis diaria de humor inteligente

Regresamos al primer capítulo de la serie que colocaba al espectador como voyeur en la vida cotidiana de una oficina que podía ser la de todos
Imagen de 'Camera Café'.
Imagen de 'Camera Café'.
Cinemanía
Imagen de 'Camera Café'.

He hecho el ejercicio. He vuelto a ver el primer capítulo de Camera Café. He regresado a 2005, cuando todavía no estábamos habituados a las plataformas bajo demanda y ni siquiera nos habíamos acostumbrado a la multipantalla que, ahora, nos envuelve. Teníamos más paciencia, tal vez. Y menos armas de distracción masiva. Nos podíamos permitir prestar atención al televisor sin perdernos del grupo de guasap al ‘me gusta’ del último posado en Instagram.

Y, entonces, apareció en Telecinco un descansillo de una oficina cualquiera. La propuesta era el sueño de cualquier directivo televisivo, por low cost: bastaba una cámara que simulaba estar colocada en una máquina de café. De ahí el nombre de la serie, claro. Aunque ni siquiera había una máquina de café. Solo un rudimentario vasito para que los actores tuvieran dónde lanzar sus monedas. La imaginación del público hacía el resto.

Esa única cámara lograba situar al espectador en una posición privilegiada como voyeur que se colaba en la vida cotidiana de una oficina. Una vida que podía ser la de todos. Y que, vista hoy, nos demuestra que no hemos cambiado tanto como creemos. Si Antonio Mercero buscaba en 1972 encerrar en La cabina a un personaje que representara a la España gris (López Vázquez fue el elegido), Camera Café encierra a la audiencia en una claustrofóbica localización por la que va pasando la picaresca nacional en la que participamos todos. Aunque no queramos. 

El cuñado, el jefe, la becaria... Las frustraciones son plasmadas desde un surrealismo en el que es fácil reconocerse. Incluso cuando no tengas nada que ver con los personajes. La destreza de Camera Café está en la capacidad de contar una gran historia de la sociedad sin demasiado miedo a la incorrección política. Aún hoy sigue siendo sencillo entender la motivación de hasta los guiones más maquiavélicos. Por burradas que digan. Por delirios que cometan. Quizá porque solo representan la infelicidad de una vida de expectativas soñadas que quedan atrapadas en un trabajo monótono.

Menos mal que, de repente, aparece Cañizares por el ascensor para aportar esa candidez infantil que (casi) todo lo salva. Que da un hilillo de esperanza. De ahí que Camera Café fuera un boom: se adentró en nuestras pequeñas miserias con la fuerza de la comedia sin medias tintas, la comedia que todo lo relativiza. No nos vendría mal una dosis a diario de Camera Café en la tele de hoy. ¿Para qué? Para rebajar la polarización de la tertulia infinita retransmitida con mucho rótulo y mucha pantalla partida con señales en directo para, así, remover la atención de la audiencia. La tele-impacto que, al final, dura en el recuerdo lo mismo que el corazón que aparece cuando das ‘me gusta’ a una foto en Instagram. Nada.

Camera Café representa lo contrario. De hecho, mostraba todo un universo con solo una imagen fija. Por eso mismo sigue en la memoria colectiva. Sus sketches breves demuestran que no hacen falta grandes presupuestos para narrar cómo somos. Quizá simplemente hay que confiar más en la pícara inteligencia del espectador.

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