El éxito, Zinedine Zidane y el bueno de la película

El entrenador francés del Real Madrid Zinedine Zidane (i) en el momento del cambio de Isco (c) por Marco Asensio durante la final de la Liga de Campeones.
El entrenador francés del Real Madrid Zinedine Zidane (i) en el momento del cambio de Isco (c) por Marco Asensio durante la final de la Liga de Campeones.
EFE
El entrenador francés del Real Madrid Zinedine Zidane (i) en el momento del cambio de Isco (c) por Marco Asensio durante la final de la Liga de Campeones.

¿Cómo se explica el éxito? Lo habitual es considerarlo la consecuencia de una serie de decisiones acertadas. Sea usted sensato, trabajador y responsable, y tendrá éxito. Así lo establecemos para ordenar el mundo, para ajustarlo a nuestros principios morales y dar sentido al caos. Así lo proclamamos, como ejemplo para la sociedad y los individuos, aun sabiendo que es mentira.

El éxito, tanto en el fútbol como en la vida, es un estado de equilibrio entre lo racional y lo irracional. Es cierto que hay pasos que deben ser firmes, pero hay tramos del camino que se pueden recorrer dando volteretas, o de traspié en traspié.

La Duodécima no es una excepción. Ni siquiera tomada como el tercer capítulo de una serie que tendrá más episodios. El origen del éxito parte en este caso de la violenta corrección de un estilo, la que experimentó el Real Madrid cuando pasó de Mourinho a Ancelotti, y la que volvió a vivir cuando abandonó a Benítez y se entregó a Zidane. No había plan en esos volantazos. Si acaso frustración presidencial por el fracaso de los métodos autoritarios.

No queramos enderezar los renglones torcidos. Lo que ahora celebramos como la sensata elección de Zidane parte de una irracionalidad básica: apostar por un entrenador sin experiencia y ponerlo en duda mientras la adquiría. La bella historia del hombre que ha contribuido a ganar la Novena, la Décima (como ayudante), la Undécima y la Duodécima no se habría escrito sin los penaltis de Milán. Es falso que el éxito se construya sobre recios cimientos; en realidad cuelga de finísimos hilos.

En cualquier línea encontraremos un borrón y algunos son indelebles: Keylor Navas, al que habría que pedir disculpas cada 31 de agosto, todavía sigue cuestionado. No importa que su parada a Pjanic en el minuto 6 de la final fuera tan trascendente como los goles de su equipo; hay quien piensa que pudo hacer más en el remate de Mandzukic. Nunca es suficiente si te faltan padrinos o glamour, bien lo sabe Casemiro.

El mestizaje es la última prueba de que el éxito es una responsabilidad compartida. Cristiano sigue siendo un fichaje de Calderón, Modric una apuesta de Mourinho y Kroos una gentileza de Guardiola. Y lo anterior resulta tan incuestionable como que Benzema es una bendita obstinación de Florentino Pérez. Lo irracional vuelve a aflorar cuando comprobamos que la mejor plantilla del mundo se ha construido sin un director deportivo o con uno que estudió para ingeniero de caminos, canales y puertos.

No se trata en ningún caso de restar mérito al éxito, sino de humanizarlo. Admitir que hay muchas huellas en el triunfo es un ejercicio de humildad muy recomendable cuando se transita por las alturas.

En la planificación del futuro será fundamental revisar el pasado y distinguir las casualidades de las certezas. En ese repaso, descubriremos que no hay verdad como Zidane y el estilo que representa. Que Del Bosque, Ancelotti y Zizou hayan sido los entrenadores en las últimas cinco Copas de Europa identifica un modelo de gestión óptimo, el de los caballeros tranquilos. No sería mala cosa, por cierto, que Zidane fuera el referente del éxito en color en la misma medida que Di Stéfano lo fue de las victorias en blanco y negro.

La paciencia es otro buen consejo. A Cristiano le llevó cinco años ganar la primera Copa de Europa con el Real Madrid por el simple motivo de que no hay fechas fijas para los procesos de maduración. Ha sido en la treintena cuando ha cumplido las promesas del niño prodigio: tres Champions y una Eurocopa con Portugal. Añadan, si gustan, el quinto Balón de Oro que el próximo enero le igualará con Leo Messi.

El cambio es sustancial. El Barcelona sigue teniendo al mejor futbolista del mundo, pero su equipo ha perdido las virtudes casi virginales que lo convirtieron, durante muchos años, en el bueno de la película. Ese cambio de papeles, simbolizado últimamente en el contraste Zidane-Luis Enrique, concede una autoridad moral que influye en el juego y en la admiración planetaria. No tengan duda de que los japoneses ya se están cambiando de equipo.

Lo importante del éxito no es la Copa, ni el dinero, ni el reconocimiento; es el mapa. Observar el camino recorrido debería ser la primera tarea en cuanto aminore la resaca y asome el número que ningún madridista teme, el 13.

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