La relación de Barcelona con su Zoológico va ligada a la que como barceloneses hemos tenido con el trato y el respeto a los animales. Como todos los parques zoológicos, el de Barcelona se creó para ser un escaparate de animales pero uno de ellos llegó para tocarnos la fibra y convertirse en un icono de la ciudad: Floquet de Neu, el gorila albino. Su comportamiento, sus poses y su carácter se quedaron clavados en las retinas de miles de niños que pasamos por el Zoo, y su enfermedad nos hizo cambiar –ya como adultos– nuestra percepción de los animales. Y así, con nosotros, ha evolucionado también el Zoo.
Otro ejemplo de esta evolución son los delfines. De verlos en espectáculos saltando y golpeando pelotas cuando éramos niños hemos pasado a descubrir –ya de adultos y en el mismo recinto– cómo viven, cómo respiran, y cómo se relacionan los delfines. Una evolución que permite que los cuidadores de los animales del Zoo nos enseñen al resto de ciudadanos el cuidado y el respeto que debemos tener para preservarlos.
Es por eso que la decisión de no construir el nuevo delfinario, y dejarnos sin delfines, me plantea serias dudas sobre si estamos renunciando a que los animales nos ayuden a educar en el respeto.
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