CARLOS SANTOS. PERIODISTA
OPINIÓN

"Hijo de la gran puta"

Carlos Santos, colaborador de 20minutos.
Carlos Santos, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
Carlos Santos, colaborador de 20minutos.

¿A que suena fuerte visto así, en las letras grandes de un titular? ¿A que resulta desagradable, por más que las comillas atenúen el impacto visual y descarten la posibilidad de que el autor esté insultando al lector? ¿A que no tiene ninguna gracia? ¿A que parece una forma inadecuada de expresarse para quienes nos hemos criado en unos hábitos de lectura –por tanto de pensamiento- que excluyen el uso gratuito de los insultos?

Sin embargo esos insultos, que siguen sorprendiendo en la letra grande y son ajenos a la cultura periodística de los siglos XIX y XX, salvo que formen parte de un ejercicio literario, son cada vez más habituales en la letra pequeña. En los comentarios que generan los artículos publicados on line aparecen con frecuencia. Como siempre hay lectores que no están de acuerdo con lo que dice el autor unos expresan ese desacuerdo con ingenio y otros lo manifiestan llamándolo "cabrón", "hijo de la gran puta", "lameculos", cagándose en "sus muertos", mentando a su "puta madre" o invitando a ambos a comerle "la polla"; a veces esas expresiones van dirigidas a otro lector, con el que también existe grave desacuerdo.

Ese lenguaje, que antes se reservaba para las puertas de los retretes y procuraba máximo entretenimiento a sus usuarios, ahora es parte habitual del paisaje de internet, con momentos de máxima gloria en twitter. Es una pena y no lo digo desde el punto de vista moral porque la moral, como dice mi consejero espiritual Fernando Reinlein, solo es "un árbol que da moras". Lo digo desde el punto de vista estético: quienes tiran por las calles de en medio del culo, la polla, la puta, la caca, el pedo y el pis pierden una ocasión de utilizar recursos literarios más creativos y levantan una barrera frente al destinatario de sus textos, con lo que cortan de cuajo cualquier posibilidad de discusión, no digamos ya de entendimiento. Cuando dos personas están hablando y una llama a la otra "hijo de la gran puta", ya está todo dicho. A partir de ahí, solo quedan dos salidas: el silencio y el guantazo, que ya lo decía el chiste:

-¿Para qué vamos a dialogar, si podemos arreglarlo a hostias?

Quienes preferimos las palabras a las hostias (aunque no le hagamos ascos a un buen silencio) procuramos esquivar la tentación del insulto, pero se ve que no es fácil descartar ese recurso tan directo y eficaz a la hora de acallar al contrincante. Las últimas semanas ha rodado mucho por internet la expeditiva respuesta en twitter de mi cuñado Carlos Herrera que, tras publicar la foto de una procesión, respondió "paseando a tu puta madre" a un troll que le había preguntado: "¿ya estamos paseando muñecos?". Bromas de chiquillos, si se comparan con los comentarios atroces que tuvo que sufrir hace unas semanas antes la familia del torero Víctor Barrios o los que reciben a diario los políticos y los periodistas de todos los colores.

¿Es lógico, es normal, es inevitable que en el mundo de las redes sociales, tan propicio a tirar la piedra y esconder la mano, cada uno diga lo que quiera y con las palabras que quiera? No lo sé. Lo que sé es que eso está sucediendo y que el uso de esas muestras de agresividad verbal han entrado incluso en los medios de comunicación convencionales, donde cada vez se disparan adjetivos de más grueso calibre. También sé que en el fragor del combate dialectico hay que seguir protegiendo la libertad de expresión y que no hay ley en el mundo que pueda poner puertas al aire... aunque cabe esperar que se sigan aplicando las que ya existen para poner en su sitio a quienes amenazan, injurian, atentan contra la dignidad de las personas, incitan al odio o a la violencia.

En paralelo, lo suyo es que vayamos desarrollando una cultura de la comunicación en redes sociales, igual que vamos desarrollando la cultura del teléfono móvil: interrumpir un almuerzo para hablar con otra persona por el móvil ha dejado de ser signo de poderío y se ha convertido en seña de mala educación; pronto descubriremos que fotografiar y grabar todo lo que nos gusta, para guardarlo en la barriga del celular, no contribuye a su mayor disfrute, sino todo lo contrario, y algo parecido ocurrirá con el insultorio de las redes sociales: decaerá cuando vayamos aprendiendo que cagarse en los muertos del prójimo o mentar a su puta madre es un derroche de caracteres completamente inútil. Con una desventaja añadida: desde que esas cosas se dicen en internet, los retretes públicos son mucho más aburridos.

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