Armenia, 100 años del genocidio que inauguró los crímenes contra la humanidad en nuestra era

  • La noche del 24 de abril de hace 100 años doscientos intelectuales y religiosos armenios fueron arrestados y asesinados por las autoridades turcas.
  • Aquella fue la primera acción políticamente programada de una limpieza étnica que acabó con la vida de un millón y medio de personas entre 1915 y 1923.
  • Turquía todavía no reconoce aquellos actos como genocidio. España tampoco, aunque sí países como Francia, Italia, Argentina, Venezuela o Polonia.
  • BLOG: ¿Por qué ha de importarnos el genocidio armenio?
Una persona observa un mural con retratos de armenios ilustres durante la inauguración del Museo de Cultura Nacional de Armenia en Moscú, Rusia, este miércoles 22 de abril de 2015.
Una persona observa un mural con retratos de armenios ilustres durante la inauguración del Museo de Cultura Nacional de Armenia en Moscú, Rusia, este miércoles 22 de abril de 2015.
EFE
Una persona observa un mural con retratos de armenios ilustres durante la inauguración del Museo de Cultura Nacional de Armenia en Moscú, Rusia, este miércoles 22 de abril de 2015.

La noche del 23 de abril de hace 100 años doscientos intelectuales y religiosos armenios fueron arrestados por las autoridades turcas. La mayoría acabaron asesinados. La comunidad armenia, subordinada desde antiguo al Imperio Otomano, quedó así descabezada. Luego vendrían las decapitaciones, los degollamientos, las deportaciones. Pero aquella fue la primera acción programada de una limpieza étnica que segó la vida de un millón y medio de personas entre 1915 y 1923.

Turquía se niega, un siglo después, a reconocer que los hechos reciban el calificativo jurídico de genocidio, y los interpreta como un capítulo más en el contexto de la Gran Guerra, que había comenzado un año antes, en 1914. Por el contrario, la diáspora y el minúsculo país caucásico, empotrado entre grandes potencias musulmanas, que hoy es Armenia luchan aún por el reconocimiento de lo que los historiadores califican como el primer genocidio del siglo XX.

Hay un elemento decorativo común a todos los hogares armenios dispersos por el mundo: el perfil altivo y nevado del Ararat, su monte sagrado, que en realidad es un volcán dormido. El Ararat es la cuna de la milenaria civilización armenia, el emblema de su escudo nacional y una mole de 5.000 metros de altura observable desde cualquier punto de Ereván, la capital de esta república exsoviética que alcanzó la independencia en 1990.

2015, un momento "crucial" para Armenia

En uno más de los crueles giros del destino que jalonan la historia armenia, el Ararat es hoy propiedad de Turquía. Los armenios sueñan con que algún día les será devuelto. También sueñan con que su país un territorio de 29.800 kilómetros cuadrados, aproximadamente el tamaño de Cataluña recupere sus antiguas dimensiones. Y el sueño más grande: que Turquía y el resto de países del mundo que no lo han hecho reconozcan que sus ancestros fueron víctimas la primera matanza programada de la modernidad.

"Hoy vivimos un momento crucial para la causa armenia", asegura José Antonio Gurriarán, autor de Armenios, el genocidio olvidado (Espasa, 2008), la obra de referencia en español sobre el tema. Los actos oficiales del centenario, el espaldarazo a la causa que supone que un papa, Francisco, hable por primera vez en la historia de "genocidio" y la voluntad a ratos favorable de EE UU "mueven a la esperanza".

Pero nada de lo anterior es suficiente. "Turquía", explica Gurriarán, "tiene mucho que perder, simbólica y económicamente, si acepta el genocidio". Además, el resto de países España entre ellos tienen demasiados intereses geopolíticos en la zona como para exponerse a un conflicto diplomático abierto con Ankara. "Frente las palabras del papa, Erdogan [presidente turco] se ha mostrado inflexible", se lamenta Gurriarán, "y nada hace pensar que esa determinación cambie en un futuro".

Precedentes: la comunidad armenia bajo la administración turca

En 1915 el Imperio Otomano estaba al borde del colapso. Los Jóvenes Turcos, con Ataturk a la cabeza, imponían su credo moderno y revolucionario. La comunidad armenia llevaba siglos viviendo bajo el paraguas protector del sultán de la Sublime Puerta. Hasta entonces había manteniendo su religión, la cristiana, y sus propios líderes civiles y religiosos. A finales del siglo XIX el naciente nacionalismo armenio chocó con la rigidez de las autoridades turcas. La relación fue deteriorándose. En 1897 sucedieron las primeras matanzas de armenios.

Un precedente trágico de lo que sucedería, multiplicado por cinco, apenas dos décadas después. "El proyecto de modernización política de los Jóvenes Turcos pronto rechazó el pluralismo, para imponer, desde un nacionalismo militarista, una sociedad turca racial y culturalmente homogénea", dice Antonio Elorza, catedrático de Ciencia Política de la UCM e historiador especializado en la época contemporánea.

El estallido de la Primera Guerra Mundial vino a hacer el resto. Turquía, aliada de Alemania, combatía contra los aliadófilos por la hegemonía en Oriente y, al mismo tiempo, por convertirse en un estado-nación a semejanza de los europeos. "La Gran Guerra proporcionó la oportunidad para resolver lo que se conocía como 'cuestión armenia'", razona el historiador George Hitlian, "aquello fue la culminación de siglos de discriminación y persecución".

Los hechos: la premeditación política de las deportaciones

Poco después de las masivas detenciones del 24 de abril, las autoridades turcas decretaron la deportación general de la minoría armenia. La condena a muerte pendía sobre millones de cabezas, sin distinción de sexo, edad o cargo. "El modo de exterminio fue muy arcaico, deudor del atraso tecnológico del imperio [Otomano]", explica Elorza, "un camino de la muerte en el que confluyen la fórmula musulmana clásica de la ejecución sumaria de hombres y la deportación mortífera de supervivientes masculinos, mujeres y niños".

El éxodo forzado de población armenia de Anatolia a Siria a través de enormes extensiones de desierto, sin comida ni agua ni amparo alguno, era un billete directo a la enfermedad, las epidemias y la muerte. Las autoridades turcas no solo lo sabían, sino que alimentaron con el paso de los años todo un corpus teórico que justificaba las deportaciones. A esto se añadían las órdenes ministeriales, que de cumplirse, como así se hizo, suponían el fin para cientos de miles de personas.

La documentación rescatada de aquel periodo, junto con los testimonios de misioneros, periodistas y diplomáticos de distintas naciones, constituyen las pruebas de cargo decisivas. Ellas permiten hablar de premeditación y de deseo expreso de borrar del mapa a todo un pueblo, como reza la definición canónica de genocidio. A pesar de los rudimentarios métodos de muerte mencionados, Turquía también fue pionera anticipando la modernidad del asesinato en masa que perfeccionarían los nazis. El uso del ferrocarril, piedra miliar del universo concentracionario de la Alemania de Hitler, fue esencial en las deportaciones; así como el incipiente telégrafo lo fue para centralizar y agilizar la burocracia.

Protagonistas del genocidio: autores, testigos, denunciantes y teóricos

El genocidio armenio ha dejado para la historia una larga lista de nombres propios. Por un lado, los instigadores del mismo. Por otro, personalidades cuyo testimonio fue clave para la reconstrucción histórica posterior. Y, finalmente, aquellos que tipificaron el concepto moderno de genocidio basándose, en gran parte, en lo sucedido en 1915.

Ziya Gökalp

Poeta y Sociólogo. Fue la eminencia gris que alimentó con sus escritos el nacionalismo turco y el panturquismo. Aunque muy respetado en Turquía como uno de los padres de la sociología moderna, su ideología, contraria al pluralismo étnico y favorable a la homogenidad del naciente estado turco, le sitúa como una figura controvertida que añadió ingredientes al caldo de cultivo del genocidio.

Enver Pachá

Uno de los dirigentes más importantes de los llamados Jóvenes Turcos, junto con el líder máximo, Ataturk. Militar de carrera, ocupó diferentes cargos y llegó a ser ministro de la guerra en plena contienda mundial. Bestia negra del pueblo armenio, culpó a los soldados armenios de algunas de las derrotas más humillantes del Turquía y creó la Organización Especial (OE), una especie de cuerpo paramilitar nacionalista que jugó un papel esencial en el aniquilamiento de la población armenia.

Talat Pachá

Uno de los dirigentes más importantes del Imperio Otomano gobernado por los jóvenes turcos. Ministro del Interior, sus telegramas y órdenes le señalan como el principal responsable político de la organización del genocidio. Tras la derrota turca en la Gran Guerra se exilió en Alemania, y en 1921 fue asesinado por un armenio en Berlín. La Alemania nazi trasladó sus restos mortales a Turquía en 1943.

Henry Morgenthau

Embajador de EE UU en el Imperio turco durante la Primera Guerra Mundial. Sus testimonios y escritos sobre las atrocidades cometidas por los turcos contra los armenios han sido y son fundamentales para los historiadores que analizan el periodo. El llamado 'informe Morgenthau', que describe las matanzas de armenios y que fue dado a conocer en 1919, es una pieza básica para la reconstrucción historiográfica.

Raphael Lemkin

En su juventud, este judeo-polaco cambió su vocación de filólogo por la de jurista y dedicó su vida a teorizar el concepto de genocidio buceando en la tragedia armenia, de la que supo por el juicio que se siguió contra el armenio que mató a Talat. Sus padres murieron en Auschwitz, y él combatió al nazismo desde el exilio en EE UU. Su sabiduría y su terco empeño por hacer valer la justicia fueron claves para la tipificación como delito de los crímenes contra la humanidad.

Hrant Dink

Mártir de la causa armenia, este periodista turco de origen armenio pagó con su vida la defensa pública de la responsabilidad turca en las masacres. Perseguido judicialmente por pedir que el estado reconociera el genocidio, fue asesinado en 2007. A pesar de que su asesino confeso cumple condena, parte de la sociedad turca considera que los instigadores del crimen siguen libres. Todos los años, y 2015 no ha sido una excepción, una manifestación honra su memoria por las calles de las ciudades turcas.

El negacionismo turco: inamovible desde hace un siglo

La negativa turca a considerar genocidio la matanza de armenios tiene fundamentos complejos y raíces variadas. Por un lado, el oportunismo geopolítico y diplomático tras la Primera Guerra Mundial. Reconocer que el naciente estado turco tenía las manos manchadas de sangre no era un buen comienzo para nadie. Ni para Ataturk ni para las potencias europeas, con intereses de todo tipo comerciales y estratégicos en la zona.

Más adelante, y con Armenia bajo la órbita soviética, la 'cuestión armenia' fue perdiendo fuerza y valedores en la comunidad internacional. Tratados de paz incumplidos y reparaciones de guerra no abonadas fueron poco a poco relegados al olvido, más si cabe tras la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, que sucedió a Armenia en el pódium de injusticias contemporáneas.

Con el paso de las décadas, Turquía aceptó la comisión de grandes matanzas (en realidad ya el mismo Ataturk lo había hecho), pero con un matiz exculpatorio, que eliminaba la posibilidad de asumir una responsabilidad deliberada: fueron, argumentan, matanzas interétnicas, con muertos por ambas partes y explicables, o contextualizables, en el marco de la Gran Guerra. Cierto. Hubo víctimas del lado turco, pero las cifras no están claras y lo que se juzga en cualquier caso no son puntuales refriegas, sino los ataques contra la población indefensa.

El negacionismo reciente del genocidio viene amparado por la dureza del Código Penal turco, que blinda al Estado y contempla pena de cárcel para quien agravie públicamente la identidad nacional. En este sentido, la mención al genocidio armenio es quizá el agravio máximo, como ya tuvo ocasión de comprobar en sus propias carnes el Nobel de Literatura turco Orhan Pamuk, que ha abandonado en varias ocasiones su patria amenazado de muerte y perseguido por defender la causa armenia.

La diáspora y la lucha por el reconocimiento

Los armenios son un pueblo pequeño y atomizado. La diáspora que siguió al genocidio dispersó a las familias por medio mundo. Las grandes comunidades de armenios se encuentran todavía hoy en Francia, en EE UU y en Argentina. Desde allí, y gracias a instituciones como el Consejo Nacional Armenio, los armenios han tratado de sensibilizar sobre su causa.

Mientras Armenia estuvo ocupada por una potencia extranjera, la URSS, y el pasado del genocidio era una cuestión tabú de la que no se hablaba, los armenios del exterior aunque menos cohesionados que los judíos y con escasos recursos financieros hicieron todo lo posible porque su causa no cayera en el olvido.

Cuando Armenia se convirtió en un país independiente, la causa armenia pasó a ser oficialmente la causa del Estado armenio. Las comunidades de la diáspora fueron cediendo el protagonismo a las instituciones del país, que construyeron monumentos conmemorativos del genocidio y patrocinaron iniciativas de historiadores y artistas para sensibilidad al exterior. "El Consejo Nacional Armenio hoy no es nada, una entelequia", asegura Gurriarán.

La causa armenia también fue sostenida por un grupo terrorista, hoy ya extinto: el ASALA. Fundado en los años 70 e imbuido de ideología marxista-leninista, organizó atentados mortales contra diversos objetivos turcos por el mundo. En España atentaron dos veces. La última, en 1980, en el centro de Madrid contra la sede de Swissair, la aerolínea suiza, en represalia por la retención en este país de uno de los líderes de la banda. En aquel atentado fue herido de gravedad el propio Gurriarán, quien luego contaría sus experiencia en un libro purificador, La bomba. El ASALA acabaría renunciando a la violencia a finales de los ochenta del siglo pasado.

Francia, que tiene una ley que sanciona el negacionismo del genocidio armenio, fue la primera gran potencia en reconocerlo oficialmente. Le siguieron otros países como Italia, Grecia, Holanda, Argentina, Polonia, Rusia, Suecia, Suiza, Canadá o Venezuela. EE UU, pese a que muchos estados sí lo hacen, no ha emitido una posición oficial a nivel federal. España tampoco (aunque sí los Parlamentos de Cataluña o País Vasco), y no parece que lo vaya a hacer en un futuro próximo.

El negacionismo es uno de los puntos de fricción de Turquía con las instituciones Europeas, sobre todo con el Parlamento Europeo, que periódicamente insta a Ankara a dar pasos favorables al entendimiento con Armenia, dos países sin relaciones diplomáticas. Para la UE, la 'cuestión armenia' es clave en el marco de las negociaciones para la adhesión de Turquía. Pero de momento, como pasa con el reconocimiento de la memoria del genocidio, se trata de un asunto sin resolver.

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