VICENTE VALLÉS. PERIODISTA
OPINIÓN

El primer Trump (un poco) presidencial

Vicente Vallés
Vicente Vallés
20 minutos
Vicente Vallés

Todo nuevo presidente de los Estados Unidos se da cuenta del poder que ha alcanzado cuando, horas después de su juramento, toma posesión del despacho oval de la Casa Blanca. Pero esa sensación de poderío deja de ser gaseosa y se solidifica cuando a las nueve de la noche hora de Washington de un día de invierno, el jefe de los ujieres del Capitolio, conocido como sergeant at arms, anuncia a voz en grito la llegada del presidente de los Estados Unidos para una sesión conjunta de las dos cámaras.

Donald Trump entró en la madrugada de ayer (hora española) en un repleto salón de plenos. Un sector de los representantes y senadores aplaudió hasta desgastar las palmas de las manos. Otro sector mantuvo un significativo silencio. No era previsible que Trump (ni ningún presidente) estuviera en condiciones de reunificar un país apenas tres meses después de haber participado en la división propia de una dura campaña electoral. Obama no lo consiguió ni en ocho años de mandato. Pero igual de evidente resulta que hasta ese momento Trump no había mostrado interés alguno en intentarlo. Ni un solo gesto. De hecho, su discurso de investidura ante el mundo fue un mitin más. Trump vive en campaña permanente.

Pero ante el Congreso ha aparecido por primera vez un conato de 'Trump presidencial'. Quizá haya sido el miedo escénico, aunque miedos no se le conocen a Trump, ni siquiera al ridículo, y ese ha sido uno de los motivos que llevaron a 63 millones de personas a votar por él. Querían en la Casa Blanca a alguien sin prejuicios, dispuesto a dar permanentes zapatazos sobre la mesa, en forma de decretos campanudos. Es lo que esperaba su grey, y Trump se lo ha dado en el tiempo que lleva de mandato. Hace unos días, el diario The Washington Post titulaba que Trump había cambiado más la presidencia de lo que la presidencia le había cambiado a él. Pero hablando ante la Cámara de Representantes y el Senado, de repente el presidente gritón, faltón, agresivo y desafiante de su toma de posesión se ha transmutado en alguien de discurso reposado, aunque no se haya alejado de sus mensajes contra todo y contra todos, y repitiera su lema de hacer América grande otra vez. Al menos por una vez Trump dejó de hablar solo para sus votantes.

Y quizá sea porque en los 40 días de mandato ha comprobado que ni siquiera él tiene todo el poder. A Trump también se le aplican los límites que han afectado a todos los presidentes. El sistema de contrapesos (checks and balances) de la política americana funciona, a su pesar. Un par de ejemplos: un juez ha podido paralizar una orden ejecutiva del presidente sobre visados, y el titular de la primera página de un periódico ha provocado la caída del consejero de Seguridad Nacional. Siempre ha sido así. Trump puede mucho, pero no lo puede todo.

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