JOSE ANGEL GONZÁLEZPeriodista
OPINIÓN

Las crónicas del cronista:Verano afásico

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

Comienza la parodia, la carnavalización. Disfrutemos para alejar el rictus que nos revelaría, como siempre, solos y asustados. Verano. Saquemos a pasear el cuerpo, limpio y levemente vestido, lo suficiente, en todo caso, para esconder las llagas. Fiesta. Que la cohetería ahogue lamentos y la cerveza disimule lágrimas. Estamos en verano. Disfruta o te parto la cara.

El verano, como cualquier virus fulminante (verbigracia, los informativos de televisión, la web, el 99% de los tuits, el 100% de los whatsapps...), deshabita el mundo. ¿Cómo eludir la dictadura de la arena y la esterilla? Os favorecen las Carrera. Finalmente lo han conseguido: todos iguales. Viva la connivencia de licra y poliamida, el contubernio de Biotherm y Helena Rubinstein.

Suelo llevar en el magro equipaje de mis escasas salidas estivales al mundo –siempre rápidas, temo la contaminación– una libreta para anotar momentos esenciales. Busco en uno de los blocs de mis veranos pasados y encuentro estos tres apuntes:

• La madre retuerce a su hijita, la soba, la besa, la friega... Parece que desea matarla.

• El gran set para el rompetaquillas del verano: el aseo del bar. Una teleserie de azulejos blancos y orín.

• Cuando el niño saca la lengua, la abuela ordena: «No hagas eso. Pareces un monstruo».

No dispenso en ningún caso el teatro de exhibición de la playa, tostadero de grano humano, desamparado territorio donde, nalga contra nalga, parece representarse a cielo abierto una obra de teatro off: alguien se amputa una espinilla; un niño grita hasta el espasmo; otro bucea entre salvaslips usados; trescientas personas escuchan la misma canción en trescientos reproductores fabricados por esclavos asiáticos; las mujeres se ofrecen al sol como al amante soñado; los hombres desean ser el sol, o sea, el pene del sol; las parejitas sport recorren la misma espuma donde acaban los cadáveres de muchos aspirantes al permiso de asilo europeo... En general, todos muestran más carne de la necesaria.

Los angloparlantes tienen una exacta expresión para la forma de explosión criminal que tanto se repite: going postal, acuñada por las matanzas colectivas frecuentes en el pasado entre los empleados de correos, dedicados a la robótica tarea de introducir envíos en la casilla de cada código postal. En la reciente carnicería de Múnich fue usada por las autoridades bávaras la palabra amok, un síndrome repentino de rabia criminal, sufrido esta vez por un chico cuyas actividades se reducían a padeceer bullying escolar y manejar esas máquinas que simulan trabajar para nosotros, los ordenadores –¿se han preguntado cuántas veces tocan ustedes a diario el ratón informático y cuántas acarician a su pareja o hijos?–. Amok es un término tomado en préstamo por la psiquiatría a partir de la mitología malaya, que explica el brote de ira explosiva por la mordedura en el alma de un fantasmal tigre maligno.

No me disgusta la soledad a la que opto, mi verano afásico. Tengo tiempo para pequeños placeres: divagar, descifrar jeroglíficos en el éter, orientarme en el terreno de la melancolía, adivinar qué secreto desea transmitirme el pequeño insecto que se coló en mi oído izquierdo la otra noche, jugar al póquer con mis fantasmas... La mejor de las guías de viaje, la Divina Comedia –Dante puso sus pies en cualquier lugar donde sueñes con poner los tuyos–, advierte de la necesidad de encararse con la sombra que nos acompaña: «Y allí a cada uno en cada caso / guiaba, como guía nuestro norte / al nauta a abrirse hacia su puerto».

Atención, veraneantes ufanos, volverá el otoño, el tobogán, la campana tocando a muerto a las 7.30 horas, los libros de texto, la verruga del jefe como eje del mundo, el dogma, la enésima desmoralización de la alineación de repelentes del Real Madrid, el antibiótico por decreto médico para cada niño, los amantes cansados, las facturas, las manos temblorosas, el deseo de perdón urbi et orbi por los intercambios sexuales sin protección, el para qué, por qué, hacia dónde.... Entonces, cuando seamos nuevamente hojas secas, volveréis a mostrarme vuestras pieles quizá precancerígenas, quizá aposentos dentro de cuyas paredes aguarda el acechante amok.

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