RAFAEL MATESANZ. DIRECTOR DE LA ORGANIZACIÓN NACIONAL DE TRASPLANTES
OPINIÓN

Los niños de Huaycan

Rafael Matesanz
Rafael Matesanz
JORGE PARÍS
Rafael Matesanz

Hace unas semanas la televisión peruana conectaba monográficamente con Huaycan, una población cercana a Lima, en su día símbolo de movimientos populares para conseguir un asentamiento digno y después víctima de la locura homicida de Sendero Luminoso. El objetivo de la atención informativa eran los actos violentos de una turbamulta encolerizada ante los rumores de que una red de traficantes de órganos estaba raptando niños en el pueblo para extraerles los órganos y venderlos luego en el mercado negro.

La muchedumbre, en pleno ataque de histeria, señalaba lugares donde supuestamente se encontraban los cuerpos sin ojos y sin órganos de niños asesinados. Alguien dijo que eran 40 los niños descuartizados.

Lograron atrapar a una pareja de extraños a la comunidad, quienes, tras ser golpeados violentamente, fueron entregados a la policía ante la sospecha de que eran parte de la red de traficantes. Poco después se liberaba a los detenidos ante la evidente falta de pruebas, lo que originó que la muchedumbre indignada acusara a la policía de ser cómplice de los traficantes y se lanzara a realizar todo tipo de actos vandálicos contra la propiedad privada, asaltos y saqueos de comercios y quemas de automóviles. En medio del caos murió una mujer por una ‘bala perdida’.

La televisión pasaba la noticia en directo cada hora ante el asombro y estupor del resto de los peruanos, que no entendían nada de lo que estaba ocurriendo y se dividían entre los que calificaban a la turba de ignorantes y los que responsabilizaban de la gresca a las autoridades (las que fueran) y les pedían responsabilidades.

La posterior investigación policial no encontró ningún cadáver de niños ni constató la más mínima denuncia de desaparición de nadie, niño ni adulto, en Huaycan. Todo habían sido rumores sobre un tema sensible en el imaginario popular, un brote de histeria colectiva y un estallido incontrolado de violencia de trágicas consecuencias.

El tema no es nuevo. El temor al rapto de personas, preferentemente niños o doncellas, para fines perversos está presente en todas las mitologías, desde las sagas escandinavas a los ogros o criaturas similares de diversas culturas, pasando por las leyendas americanas precolombinas. Vargas Llosa establece un perfecto paralelismo entre los "pishtacos", sacamantecas de los pueblos preincaicos de los Andes, y los rumores de los "saca ojos" en la Lima actual. El miedo colectivo a estas aberraciones se ha utilizado contra determinadas etnias. En tiempos de la Inquisición se acusó a los judíos de secuestrar a recién nacidos para su posterior sacrificio, lo mismo que posteriormente a los acusados de brujería se les implicaba en rituales satánicos con sacrificio de víctimas humanas.

En los años noventa la revista Time aportaba perfectamente documentado bajo el título de Rumores peligrosos el caso de una turista norteamericana linchada en plena ciudad de Guatemala por una muchedumbre encolerizada tras haberse extraviado un niño en un mercado de la capital (apareció sano y salvo media hora después), en el seno de rumores interesados difundidos por el gobierno ultraderechista y bandas paramilitares molestos con la presencia de observadores internacionales para velar por el respeto a los derechos humanos. Bastó decir que había "gringos" que habían venido a raptar niños para trasplantes y lanzar una serie de rumores sobre cadáveres sin ojos u órganos vitales para que la locura colectiva se apoderara de la población con las consecuencias ya referidas. Al menos un caso similar se ha dado con turistas japoneses en Centroamérica y también con final trágico.

Hace ya muchos siglos que un cordobés ilustre, Lucio Anneo Séneca, decía que "el temor a la guerra es peor que la guerra misma". El tráfico de órganos es algo espantoso, pero una información equivocada y muchas veces delirante sobre el tema puede ser igualmente catastrófica.

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