Cuando una tecnología se extiende por el mundo a la velocidad a la que lo han hecho los teléfonos móviles por pura inercia la sociedad va por detrás. Hace falta un periodo de adaptación para que las costumbres consigan digerir e integrar los nuevos usos. Baste recordar que el teléfono tardó años en ser socialmente aceptable y en desarrollar las convenciones tácitas que gobiernan su uso, desde el timbre (los primeros alertaban de llamadas con un silbido del telefonista) hasta el modo correcto de responder o a qué horas es educado llamar y cuándo no. Por ejemplo el propio Alexander Graham Bell se negó a tener un teléfono en su despacho para evitar ser interrumpido, y Mark Twain exceptuó en una felicitación al inventor del teléfono de sus deseos de paz y bendición navideña. Muchos críticos consideraron este invento como dañino para la tranquilidad, poco útil e incluso nocivo física e intelectualmente. Con el tiempo se fueron estableciendo unos criterios de etiqueta telefónica y el aparato pasó a estar integrado en los usos sociales. Lo mismo está ocurriendo con la telefonía celular, y como parte del proceso se están desarrollando sistemas para designar e implementar zonas libres de móviles; por ejemplo en conciertos.
Yondr es un sistema de bloqueo de móviles que ha sido utilizado por grupos musicales y artistas del directo como The Lumineers, Alicia Keys, Gun’s Roses, Louis CK o Dave Chappelle, y también por profesores en algunas instituciones de enseñanza. Consiste en unas bolsas en las que se introducen los móviles al llegar a la sala o aula con un dispositivo que las cierra y bloquea el acceso cuando se entra en una zona designada como libre de móviles. El propietario conserva la custodia de su aparato y si necesita usarlo (el aparato funciona, y vibra al recibir llamadas) puede desplazarse a un área específica y desbloquear la bolsa en unos kioskos especiales. De este modo los conciertos, las actuaciones y las clases pueden transcurrir sin la presencia, ubicua en los últimos tiempos, de gente con el móvil en alto filmando o fotografiando. También resulta imposible realizar o recibir llamadas en la zona protegida.
Incluso se ha propuesto el uso de bloqueadores electrónicos de teléfonos móviles en ciertas áreas como cines y teatros, aulas o lugares de culto, si bien estos dispositivos bloquean por completo el aparato y hacen el uso imposible. Se trata de una medida polémica, ya que interfiere con la libertad de comunicaciones y puede dar lugar a problemas en caso de emergencia por lo que su uso privado es ilegal en muchos países. Estos dispositivos son usados por las fuerzas policiales en entornos como prisiones o instalaciones militares o de inteligencia y países como la India los consideran legales; allí se utilizan en hospitales, escuelas y universidades o templos con normalidad.
Está claro que hay una demanda de sistemas para limitar geográfica o temporalmente el uso de teléfonos móviles, y que sin duda se acabará desarrollando una mezcla de tecnología y costumbres sociales que lo permita. A la larga es más probable que sean los usos y costumbres las que establezcan los límites de lo que es tolerable o no cuando se está en compañía: una mirada de desaprobación o un bufido de exasperación pueden ser más efectivos a la hora de contener un comportamiento que la prohibición más estricta o el aparato electrónico más potente. Nuestra especie lleva casi tres millones de años digiriendo e integrando nuevas tecnologías en nuestro modo de vivir con consecuencias a menudo espectaculares: los móviles no son una excepción y acabará por formar parte del paisaje cotidiano, su uso regulado por las mismas e invisibles normas tácitas de etiqueta que rigen buena parte de nuestro comportamiento social. Y sin necesidad de medidas tan poco sutiles como bloquear física o electrónicamente los aparatos.
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