ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

El dedo del fanatismo

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

El premio World Press Photo a la mejor imagen del año lo ha ganado el fotoperiodista turco Burhan Ozbilici.

Todos tenemos esa foto en la cabeza. En ella se ve a un hombre joven, bien trajeado, con el rostro en tensión. Su brazo izquierdo señala a lo alto, con el dedo índice extendido hacia el cielo (podríamos escribirlo con mayúscula: el Cielo, pues el asesino nos dice a voces que Dios es el más grande; también que está vengando los bombardeos en Alepo); el brazo derecho, sin embargo, apunta hacia la tierra: en la mano porta la pistola con la que acaba de tirotear al embajador ruso, que yace a un lado, tendido de espaldas en el suelo, los brazos en cruz. No se ve sangre.

Si la foto nos sobrecoge no es solo porque nos hace testigos de un  crimen, sino también porque (aunque el espectador no sea consciente) una simbología muy antigua y poderosa la eleva más allá de lo documental. De hecho, si nos imaginamos esa misma pose del asesino en una estatua de bronce y sobre un pedestal, con un sable en vez de una pistola, tendríamos la imagen prototípica del héroe o del libertador decimonónicos, con toda la retórica gestual romántica. Muchas ciudades del mundo tienen estatuas así y seguramente el lector las recordará bien.

Ese dedo índice que apunta a las alturas es lo primero que nos llama la atención. En un libro escolar de 1955 que conservo en casa (con el que debió de aprender a leer la menor de mis tías) hay un texto anónimo en el que se explica a los niños los nombres de los dedos de la mano y que cuenta esto sobre el índice: "Con él señalamos las cosas y marcamos las direcciones. / Es el dedo de más poder. Cuando algunas personas lo levantan, ¡boca abajo todo el mundo! / El índice es el dedo imperial".

Esas líneas infantiles y aparentemente ingenuas lo dicen todo. El índice extendido es el signo del orador, del político, del militar, de todo aquel que señala la dirección hacia la que han de caminar los pueblos. Si es un santo, apuntará hacia el Cielo (así se representa a multitud de ellos, especialmente a los predicadores, como en la estatua de santo Domingo de Guzmán en Burgos). Si se trata de un navegante, como Colón en Barcelona, señalará hacia las tierras que descubrió (aunque, en este caso, lo hace metafóricamente: en realidad su dedo apunta hacia el corazón del Mediterráneo). La estatua del emperador Augusto (llamada de Prima Porta) alza su brazo de mármol para arengar a las tropas antes del combate. En la España de 1955 en la que aprendía a leer mi tía ya sabemos todos cuál era el dedo que guiaba el país y lo que podía sucederle a uno si era señalado por él. Y, con todo, para mí el "dedo imperial" por excelencia es el de Napoleón en los Alpes, tal y como lo pintó Jacques-Louis David.

El índice representa, por tanto, la autoridad y el poder. Si quien alza el dedo es un dictador o un asesino, tal autoridad estará corrupta y su poder causará dolor y espanto, por mucho que invoque a Dios. Por ello, cuando estallan las revoluciones, siempre se derriban las estatuas de los tiranos, casi todos representados con gesto de saludo o de arenga.

En la foto también se ve el otro índice, el de la mano derecha. El asesino lo mantiene sobre el gatillo. Este es el dedo que mata. En el pasado, algunos soldados intentaban huir del horror de la guerra mutilándose el índice (y muchos fueron fusilados por eso).

En un diccionario de 1788 dedicado a las artes y escrito por el presbítero español Francisco Martínez, se describe el símbolo del fanatismo como un joven (al que califica de "monstruo") con ropas sagradas que porta un puñal ensangrentado y, a veces, una antorcha tomada de los altares.

Aquí tenemos ese símbolo, actualizado. Un joven, un arma y un dedo que es como una antorcha divina. Un monstruo del fanatismo.

Ozbilici se merece el premio y a buen seguro su foto será una de las imágenes que ilustren nuestra convulsa época.

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