MÀXIM HUERTA. PERIODISTA
OPINIÓN

De cerdos y perros

Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.
Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.

Hay un cartel que dice: perros no. Un can tachado en rojo como si estuviera perseguido por la Policía. La multa es alta. Las pagan los dueños, claro. El perro qué sabe.

Mientras paseo con precaución para que mi perra Doña Leo no infrinja la ley y nos pillen a ambos como burdos delincuentes, un señor de mi mismo peso y altura camina por esa zona de la playa prohibida para nosotros dos. Lo miramos con envidia porque a mi sabueso le gustaría saltar por la arena. De pronto, arranca algo desde lo más hondo de sus pulmones, hace gesto con la boca y escupe en la arena (insisto, la zona prohibida para perros). ¡Plaf! No quiero detallar la cara que he puesto yo y el susto que se ha llevado mi perra. El hombre, que ha debido parecerle poco, ha cogido más fuerza y ha repetido la acción. ¡Plof! Es algo –lo escribo aquí claramente- que sólo hace el género masculino, todavía no he visto tan repugnante y nauseabunda práctica en ninguna mujer. Lo de escupir en la calle debe ir en el pack de la testosterona. Asco. Por inercia le he mirado como si tuviera rayos equis en los ojos, pero al hombre le ha dado igual. Qué cuajo.

Mientras el marrano salía de la arena con la flema de los cerdos, mi perra ha hecho lo suyo en el paseo, junto a un árbol. Y con el mismo mimo de siempre he cogido una bolsa del bolsillo y he recogido el regalo para echarlo a la papelera. Y al levantarme del suelo he vuelto a ver la desafiante señal de "perros no".

No os voy a dar una lección de urbanidad ni voy a justificar aquí que mi perra es más limpia que el señor del escupitajo. Algo obvio. Lo es. Y bastante más. Porque mientras creía que el género humano no puede dar más asco de puro puerco, dos jóvenes se han levantado del banco después de dejar el suelo lleno de cáscaras de pipas. Sí. Supongo que lo han hecho por si crece un campo de girasoles en el mármol del paseo marítimo. Han destapado después un chicle y han tirado al suelo el que ya no debía tener sabor. Diréis ahora que era casualidad, que eso ya nadie lo hace. Probad a caminar por la ciudad contando manchitas negras del suelo: son chicles.

Mi perra y yo hemos seguido por el paseo, con calma, contándonos cosas de estas navidades y estrenando collar nuevo que le trajo Papá Noel. Y le contaba que ese cartelito de "perros no" podrían sustituirlo por uno de "cuida de tu entorno, so guarro". Pero mi perra, que está bien educada, no ha querido responder a mi propuesta y ha sacado la lengua para besarme la mano. Es su respuesta. Porque esos otros que se han levantado de la orilla y han dejado una bolsita usada junto a dos latas de cerveza no son perros, como tampoco lo era el señor del pecho de pozo profundo o los chavales de las pipas. La limpieza no es cuestión de perro, de tenerlo o no, es cosa de sentido común. Tampoco es mucho pedir, es algo tan sencillo como pensar en cómo te gustaría encontrarte tu casa. Pero desde hace un tiempo nos creemos que lo público no es de nadie. En fin. Es un tema más largo que esta columna. Y eso que no entro en el terreno graffitti porque me espanta la cantidad de puertas y fachadas rayadas que salpican la ciudad. ¿Por qué todo está garabateado con rotulador? ¿Todavía no hemos pasado la adolescencia?

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