MÀXIM HUERTA. PERIODISTA Y ESCRITOR
OPINIÓN

Historia de una foto

El periodista y presentador Maxim Huerta en la Feria del Libro de Madrid 2012.
El periodista y presentador Maxim Huerta en la Feria del Libro de Madrid 2012.
GTRES
El periodista y presentador Maxim Huerta en la Feria del Libro de Madrid 2012.

El otro día, iba a un acto que se celebraba en mi pueblo, y en esto que paré a sesenta kilómetros de Madrid porque andaba la luz de la reserva haciendo chiribitas. Llené el depósito y pasé a pagar con tarjeta, porque se dispara el gasoil que es una barbaridad y no da con el efectivo. Es más, pagué un extra porque me dio bajón y opté por regalarme una chocolatina y una bolsita de gominolas para compensar. Es lo que tiene la ansiedad que genera el disparatado precio de la vida, que sólo te lo compensa el azúcar. Conste que a veces me doy cuenta de que no debo, que luego las revistas se tiran como buitres al acecho de los gordos y crean inseguridades físicas y otras milongas emocionales. Pero en ese momento, me dije, todo me da igual; tenía ganas de chocolate y guarradas de plástico. Punto pelota. Luego me arrepiento, se me quita el sueño de la siesta y no me puedo dormir por los quebraderos de cabeza. Esta maldita educación cristiana y la culpa andan tras cada movimiento que hagamos para perseguirnos. Me paso la vida mirando cuerpos en Instagram y creyendo que algún día seré como ellos. Pamplinas. No lo seré. Pero no por tiempo, sino por ganas. Que andar con el brazo prieto y el ombligo terso obliga mucho.

Las gasolineras son el mal. Y no solo por el precio del combustible, sino por la Disneylandia de basuras que venden entre mostrador y vitrina. El paraíso del carbohidrato se reencarna en Repsol, Campsa y demás parques de atracciones de la golosina.

Desde aquí quiero tranquilizar a mi familia: no compro tanto dulce como escribo, pero es lo que tiene dramatizar un texto. Mis amigos dicen que es que soy muy masoca, que me compro cosas para endulzar porque me gusta hablar de ello. Pero son amigos y verbalizan todo lo que se les pasa por la cabeza. Yo creo que soy así porque soy alto y los altos creemos que nada nos engorda porque tenemos mucho espacio para el almacenaje de grasa. El día que te das cuenta llevas un alien de diez kilos gritándote bajo el pecho.

Sigo. La cuestión es que me pilló pagando y con la chocolatina entre los dientes cuando vino un matrimonio a pedirme una foto. "Sí, sí, me hago", dije después de tragarme la onza. La señora se puso a mi lado y me dijo que estaba muy bien al natural (siempre me que dicen eso pienso en las latas de conserva de almejas) y que me seguía en redes sociales. El marido no atinaba bien con los disparos y nos hicimos felizmente un book de veinte fotos con gasolinera al fondo. Pensé en una portada de Fangoria. "Me sacas gorda, Manuel", le espetó al marido. "Pepa (el nombre es inventado), tú sabes que estás gorda. No es culpa de la foto", contestó. Se sonrieron. Yo admiro mucho esa sinceridad de las parejas de toda la vida, que se insultan ante un extraño y no pasa nada. Resultado: una foto buena, chocolatina, depósito lleno y un par de besos.

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