Déjeme que le diga que esto de verlo envuelto en la bandera del pollo tampoco fue una sorpresa. No me pregunte por qué, quizá solo por una cuestión estética que va más allá de ideologías, incluso de las que quedan fuera del marco democrático. Con ese aspecto, si no fuese torero, uno podría imaginárselo cabalgando entre Curro Jiménez y el Algarrobo, trabuco en mano, dispuesto a agujerear a perdigonazos el pellejo de esos gabachos invasores. Y quien dice a los franceses, también dice a los rojos, o a los separatistas, como una especie de Nick Furia cañí trabajando en los márgenes de la legalidad para la policía patriótica de Fernández Díaz. Porque eso es lo que usted se considera: un patriota. Y un patriota de verdad no se fija en si la rojigualda de sus amores tiene encima un escudo monárquico o un águila franquista. Aunque el pájaro en cuestión le cubra toda la espalda.
Sospecho el mal rato que pasó al descubrirlo, pero no entiendo cómo no se dio cuenta antes. Puedo imaginar a su cuadrilla intentando avisarle, a todo ese público de Villacarrillo (Jaén) gritándole mientras desfilaba con esa enseña a la espalda, advirtiéndole de lo que estaba pasando, conminándole a que se la quitara, poniéndolo de facha para arriba... Pero no pasó nada de eso, ¿verdad? No: en la grada, se rompían las manos aplaudiendo.
Quizá por eso no sorprenda ver a un torero paseando orgulloso emblemas franquistas. No hace mucho, un colega suyo quería convertir a dirigentes y votantes de Podemos en "abono para las cunetas". No puede estar más clara la alusión al lugar donde permanecen tantas tumbas sin nombre de víctimas de ese régimen que se puede reivindicar —por despiste o no— desde el centro del coso sin sufrir una lluvia de almohadillas.
Leo por ahí que ha declarado: "Dios es el ojo que me falta". Supongo que, en Villacarrillo, el Todopoderoso estaba mirando para otro lado y por eso no evitó que se metiese en este lío. O tal vez no: al fin y al cabo, Franco también fue Caudillo por la gracia del mismo Dios. Claro que eso siempre lo dicen ustedes y no la propia divinidad, y a los periodistas nos enseñan que las noticias hay que contrastarlas, así que permita que me quede con la duda.
Me despido con un consejo: tenga cuidado y no se envuelva en cualquier trapo que le lancen por ahí o acabará haciendo el paseíllo con una hermosa senyera (total, todo es rojo y amarillo) y eso seguro que le iba a molestar de verdad. A usted y a su público. ¿Quiere otro consejo más?
Búsquese un trabajo de verdad,
Luís Pardo
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