LUÍS PARDO. PERIODISTA
OPINIÓN

Carta al candado de Twitter, la tragedia siempre puede sacar lo peor de nosotros

Luis Pardo. Periodista
Luis Pardo. Periodista
20 minutos
Luis Pardo. Periodista

Si, como decía Chesterton, "el periodismo consiste esencialmente en decir que lord Jones ha muerto a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo", entonces con Iván Fandiño hemos hecho un fantástico ejercicio periodístico. Antes de esa cornada mortal, desconocía por completo su existencia, y eso que –como todo el mundo, desde el héroe del monopatín hasta el cantautor que desbancó a Shakira en la lista de ventas– tenía, también, origen gallego. Mi interés por las personas que se ganan la vida torturando seres vivos es nulo. Será porque aquí en el noroeste siempre hemos sido más de vacas que de toros…

Desde el sábado, gente que –como yo– no tenía ni idea de quién era este tipo se ha dedicado a festejar que muriese con las manoletinas puestas. Me gustaría pensar que el motivo es una buena causa mal entendida o, simplemente, una incapacidad para la ironía que les hizo tomarse por lo literal el clásico Alégrame el día, torero. Pero me temo que es otra cosa: que la tragedia –la ajena, esa que no nos salpica los zapatos– siempre puede sacar lo peor de nosotros. Como aquellos fans de Mujeres y hombres y viceversa que se quejaban amargamente de que el especial informativo por el atentado de Bruselas los dejase sin su ración diaria de chonismo catódico. PuTA BidA, jDrrrrr!

Y, en eso, llegó Fran Rivera, el Tom Cruise de VOX. "Y me cagó en los muertos de toda la gente mala que se alegra de la muerte de un hombre bueno !!!". Más allá de sus problemas con los acentos y los espacios, es normal que este individuo que vio morir a su padre en la plaza y que también tiene alguna que otra cicatriz en zonas como "el bajo vientre" se crispe con quienes se burlan del accidente laboral de Iván Fandiño. Y que lo diga en la intimidad de los 134.000 amigos que tienen acceso exclusivo a su cuenta de Twitter tan (mal) protegida por ti, candado.

Quienes se alegraron en las redes –sin candado– por el deceso no sabían si Fandiño era un hombre bueno. Seguro que no les interesa. Probablemente no crean que nadie con su trabajo pueda serlo. Si desde Hannah Arendt no supiésemos que el mal es, esencialmente, banal, podríamos respaldarlos. Igual de banal que las redes sociales. Antes, cuando estos comentarios se gritaban y no se ponían negro sobre blanco, sabíamos darles la dimensión que realmente tenían. Y, si no, el dueño del bar ya se encargaba de que lo resolviésemos en la calle. Y, al menos para nosotros, echaba el candado al garito. Hasta que se nos pasase.

En Twitter, claro, es más difícil

Luís Pardo

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