La travesía del desierto que emprendió el PP de la Comunitat Valenciana a mediados de 2015, cuando perdió el inmenso poder que atesoró durante dos décadas en la Generalitat y en los principales ayuntamientos de la Comunitat Valenciana, ha vivido este fin de semana un punto de inflexión con el congreso autonómico del partido y la reelección de Isabel Bonig.

La renovación que emprendió Bonig no se ha visto tanto en las caras que acompañan a la presidenta en su ejecutiva (Alberto Fabra, de cuyo gobierno formó parte, ya le hizo parte del trabajo sucio), sino en las formas y en un rearme ideológico del centroderecha para dar la batalla desde la oposición, un hábitat en el que el partido hegemónico durante años se ha encontrado desubicado. Renovación y no refundación, aunque en plena vorágine de escándalos de corrupción, sobre todo tras el estallido del caso Imelsa, llegó a ser una posibilidad.

Alcanzado el ecuador de la legislatura, Bonig quiere desprenderse de la mayor losa que ha soportado su partido durante los últimos años y no tener que pedir perdón continuamente por la corrupción. Está por ver si la agenda judicial no sigue condicionando su agenda política.

Esta última pasa, según sus planes, por endurecer el discurso de oposición al bipartito PSPV-Compromís sostenido por Podemos, y en recuperar el electorado de centro que le arrebató Ciudadanos. La clave, y no es tarea fácil, será poder combinar ambas aspiraciones para volver a ser mayoritario.