Casa Caridad es una entidad centenaria que presume de no haber cerrado ni un solo día su comedor social del Paseo de la Pechina, en Valencia. A lo largo de su historia, ha visto evolucionar la problemática de la exclusión social. Desde los pobres de solemnidad de principios de siglo al hambre de la posguerra, de la mendicidad crónica al fenómeno moderno de los sin techo.
Con el nuevo siglo, sus dirigentes, en su mayoría empresarios que dedican parte de su tiempo de forma desinteresada a la acción social, entendieron que tenían que pasar del asistencialismo, de la caridad que lleva en su nombre original, a la creación de una ONG moderna y profesional que se financia con las aportaciones de sus socios y de empresas e instituciones públicas. Esa labor fue liderada por su anterior presidente, Antonio Casanova, que el mes pasado cedió el testigo a su número dos, Luis Miralles. Durante esa etapa, la entidad ha crecido con la apertura de escuelas infantiles, una de ellas en Torrent, y con el multicentro social inaugurado hace siete meses en el barrio valenciano de Benicalap.
Pero la verdadera alma de esta institución está en sus voluntarios. Un equipo de casi 300 personas que ofrecen lo mejor de ellas mismas de manera altruista. Conozco personalmente a alguno de ellos y no dejo de admirar su entrega. Representan la solidaridad y el compromiso, muy lejos de ningún postureo. Son de lo mejor de esta sociedad.
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