"Se conoce poco a Blasco Ibáñez y lo que se conoce se conoce mal". Con estas demoledoras palabras describía el pasado jueves el secretario de la Fundación Centro de Estudios Blasco Ibáñez, Ángel López, la relación del que fuera escritor y periodista, entre otras cosas, con la Valencia actual. Este 2017 se cumplen 150 años del nacimiento de Blasco, que además de literato y director de un periódico, El Pueblo, fue político, aventurero y viajero, benefactor, agitador de masas... Solo su faceta como escritor da para nuevas investigaciones. Sin embargo, Blasco solo fue profeta en su tierra en vida. Murió en el exilio y sus restos solo fueron traídos a Valencia una vez se hubo proclamado la República.

Después, la dictadura franquista y el movimiento intelectual de izquierdas fraguado en la Transición promovieron el olvido de lo que representaba, tanto en el ámbito político como en su vertiente literaria. Su republicanismo burgués, anticlerical y jacobino no encajaba con las nuevas corrientes políticas. Con aquel cóctel, Blasco acuñó su propio movimiento, el blasquismo, al que quedó vinculado. Con los años, ni la derecha católica ni la izquierda de raíz fusteriana se sintieron cómodos con su legado. Por desgracia, para una parte de sus conciudadanos, Blasco Ibáñez es solo una avenida que, paradójicamente, pudo haber partido en dos esa Valencia marinera que tanto amó. Bienvenida sea la reivindicación del Ayuntamiento y de la Generalitat. Un gesto de memoria histórica.