JOSÉ CERVERA
OPINIÓN

La distopía ya está aquí, pero mal repartida

Pepe Cervera, columnista de 20minutos.
Pepe Cervera, columnista de 20minutos.
20MINUTOS.ES
Pepe Cervera, columnista de 20minutos.

Por la noche Bangkok parece el Los Ángeles de Blade Runner, con menos lluvia mansa (los chubascos son torrenciales) y con mucho más calor húmedo y asfixiante. Las calles son estrechos desfiladeros entre rascacielos que a menudo tienen en el centro dos, tres o hasta cuatro pisos a base de viaductos para el Skytrain, los coches y hasta los peatones; las fachadas de los edificios están cubiertas con enormes anuncios de led centelleantes que ofrecen imágenes idílicas, y las desiguales aceras están cubiertas de una humanidad espesa que se mueve con decisión. Excepto los vendedores de comidas de todo tipo, cuyos carritos alineados a lo largo ofrecen un verdadero asalto olfativo; o las tiendas de chirimbolos, carteras y cacharros de todo tipo, o las de flores y adornos sagrados dependiendo del barrio. A menudo las aceras están valladas para evitar que los peatones puedan cruzar ocupando el escaso suelo reservado a los coches y motos, por lo que el tránsito es un gigantesco y continuo atasco.

Los edificios se dividen entre los viejos y ajados y los rutilantes rascacielos, alternándose sin orden ni concierto; a lo largo de las fachadas antiguas hay una grotesca superposición de cables eléctricos y telefónicos que a menudo amenazan con rozar al peatón, pero frente a las esbeltas construcciones modernas siempre hay un a modo de plazoleta con jardín, fuente, entrada para autos y paso libre a las franquicias que invariablemente ocupan la planta baja. Cada 100 metros un diminuto 7-11 o FamilyMart ofrece muy barato lo más imprescindible para la supervivencia. A la vez, en varios de los grandes malls (Siam Paragon, CentralWorld, MBK Siam) se puede encontrar de todo, desde coches y relojes del más desaforado lujo a ropa de las más afamadas marcas internacionales o equipos de música de válvulas para audiófilos. En el escaso espacio para el tráfico rodado se mezclan las ubicuas, eficientes y silenciosas motos con tuktuks, los viejos (o nuevos) pickup Toyota Hilux y los coches de lujo como Porsche Cayenne o Lexus. En tiendas, restaurantes, mercados, lugares de ocio, automóviles, edificios, barrios; en suma: en todas partes hay una división extrema entre los muy pobres y los muy ricos.

Resulta sencillo imaginar que el futuro que nos espera es como el presente de Bangkok: muy desigual, marcado por infraestructuras públicas en deterioro y por una economía tan polarizada que la mayor parte de la gente tiene que buscarse la vida como pueda, con una política inestable y dada a alteraciones violentas, con poca defensa del individuo frente a los abusos de la autoridad. Un futuro de mercadillos y trapicheo entre edificios megalujosos, de enormes dificultades de transporte si no eres rico, de condiciones de vida en muchos aspectos y para mucha gente por debajo de las que muchos inmigrantes (Bangkok es imán de inmigración, y no sólo tailandesa) tenían en sus pueblos antes de partir. Desde esta ciudad, es fácil imaginar un mañana de chabolas entre rascacielos con símbolos de bancos y empresas multinacionales: un Blade Runner del mundo real.

Y tal vez sea así; quizá, parafraseando a William Gibson, la distopía ya esté aquí sólo que aún no está distribuida por igual. Pero si Bangkok es un prólogo del futuro, aún hay esperanza: en la inmensa capacidad creativa y de esfuerzo de sus habitantes, en su infinita capacidad de adaptación y superación, en la continua reconstrucción y relanzamiento de ideas, negocios, platos de cocina, tiendas, modas y, por qué no, ligeras estafas a turistas que sus habitantes son capaces de mantener. Esperanza es la fabulosa imaginación que permite que cada ensalada de papaya de cada carrito de cada esquina sea un poco diferente de la anterior, y todas sabrosas; es el cariño, la magia y la profesionalidad con la que los vendedores del Mercado de las Flores empaquetan sus productos cada noche; es el simpático morro con el que el conductor del tuktuk cobra al ‘farang’ el triple del precio para un local por la carrera (que sigue siendo al cambio una bicoca) sin perder la sonrisa. Si el futuro es un Bangkok pasado por Blade Runner, aún podemos conservar la esperanza.

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