Las alfombras rojas, la ética que las mantiene y los gremios que en exclusiva las pisan son tan odiosos como el sexismo en un mundo basado en la indiferencia al dolor y la injusticia, la aberración del consumo y la voracidad del individualismo. En la gala de la 75ª edición de los Globos de Oro estaban ustedes de luto por las agresiones sexuales en el cine, señoras y señoritas actrices, premiadas o no. Un luto nada común, por supuesto, porque solo ustedes y otras con el saldo de ustedes tienen derecho a los modelos de Armani Privé, Ralph & Russo, Dior, Balenciaga, Stella McCartney, Versace, Gucci, Miu Miu, Valentino, Prada y demás habituales del postín, autores de piezas con similar coste que la dieta durante varios años de un niño, digamos, de Zambia o la Cañada Real.
Así, emplumadas, escenificaron la noche del #MeToo y el #TimeIsUp de la que todos estábamos avisados. El spoiler era universal y merecido dada la vergüenza de la depredación sexual y la dictadura del pene-a-cambio-de-trabajo en las altas cumbres del celuloide y el vídeo. Castigaron ustedes a los delincuentes –sin pedir con demasiada claridad, también debe señalarse, que visiten los juzgados y los encierren en presidios– con un catwalk en duelo y discursos nada improvisados pero certeros. Bienvenidas a un mundo donde los ruidos gástricos provocados por el hambre son la única forma de protesta para el 80% de la población.
El podio de esta edición, nada sospechosa de derivar hacia el oleaje comercial gracias a la justa prédica previa contra las monstruosidades delictivas del megaproductor Harvey Weinstein, el actor Kevin Spacey y los que rondarán o callaron, ha sido justo en casi todo, incluso en lo feminista de las dos triunfadoras. En cine, Tres anuncios en las afueras, un emotivo thriller, dirigido por el prometedor Martin McDonagh y con una formidable Frances McDormand en el papel principal. En televisión ganó la que casi todos pronosticábamos, la delicada, clásica y feroz Big Little Lies, con Nicole Kidman y Laura Dern también galardonadas como actrices. Me sigue pareciendo que El cuento de la criada y su protagonista, Elizabeth Moss, están fuera de lugar. La serie es efectista y tiene aroma de jabón de tocador y a la actriz parecen haberle dado una sola instrucción: "Abre mucho los ojos". Hubiese preferido, ya que de mujeres iba casi obligatoriamente la cosa, que dos veteranas activistas de la lucha por la igualdad, Jessica Lange y Susan Sarandon, fuesen premiadas por Feud: Bette and Joan. Que entre las nominaciones a la mejor dirección figurasen solamente hombres es una grosería.
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