Por suerte dejamos atrás la escalada de tensión que durante los últimos días ha sobrevolado, como pájaro de mal agüero, la convocatoria del referéndum ilegal para el domingo 1 de octubre. Ante la evidencia para unos de que no se puede evitar la movilización de los ciudadanos que quieren votar y decidir sobre el futuro de Cataluña y para otros de que el referéndum no será tal porque está suspendido por el Tribunal Constitucional, no existe la Sindicatura Electoral y por tanto no será vinculante, se ha instalado la sensatez y los llamamientos a la calma y a una movilización pacífica para este domingo.
Y es positivo, porque desde la llegada masiva de agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil a Barcelona el ambiente era de temor. Hablando con compañeros, amigos y vecinos (los del 'sí', los del 'no' y los del 'ns/nc') la conclusión era unánime: "Esto no pinta bien, y ya veremos cómo acaba".
Por suerte se ha instalado cierto sentido común: por un lado la llamada a la participación haciendo "colas enormes" pero asumiendo que no se podrá votar, y por otro asegurando que las fuerzas de seguridad "no deben ser las protagonistas" el domingo. El 1-O nos deja un agotamiento emocional enorme y muy difícil de curar; pero el lunes 2 saldrá el sol, como siempre.
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