IRENE LOZANO. ESCRITORA Y DIRECTORA DE THE THINKING CAMPUS
OPINIÓN

Tenemos que hablar de sexo

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Tengo un amigo frustrado porque desea con fervor participar en la revolución tecnológica, pero no sabe en cuál. Cada día cambia todo: ¿hacia dónde mirar? La principal revolución ya se ha producido: la avalancha de información. Así que la primera medida a tomar consiste en descifrar a qué debemos dedicar nuestra atención. Uno de los fenómenos inequívocos de disrupción –palabra de moda– es la revolución robótica. Siendo el campo de los robots sexuales uno de los más avanzados –por razones obvias: satisface necesidades universales, las sexuales y afectivas–, lo hace fascinante el hecho de concitar lo más vanguardista y lo más reaccionario de las relaciones humanas.

Mientras los fabricantes incluyen rasgos en sus robots como la resistencia al coito (para que el cliente disfrute la sensación de una relación forzada), surgen dudas morales sobre los robots que parecen niños. La tecnología más puntera reproduce patrones de dominio atávicos. Al final de casi todas las transacciones –y a la espera de lo que ocurra con los robots para pedófilos–, todo pasa por un hombre que se compra a una mujer. Si a los robots en las fábricas no hay que darles convenio, a las robots en la cama no les dolerá nunca la cabeza ni reclamarán su orgasmito. Si el futuro fuera esto, nos costaría distinguirlo de la Edad Media. La revolución tecnológica tendrá que ir acompasada de una revolución cultural, o solo repetiremos los viejos patrones. No tiene por qué ser así: Donna Haraway ya nos explicó hace años su esperanza en que la inteligencia artificial nos conduzca a un mundo sin género, lo que casi equivale a decir sin dominaciones injustas.

Para los cambios culturales, confiemos en las nuevas generaciones, y sobre todo en que conserven las ganas de redefinir las relaciones humanas en el mundo tecnológico antes de que los viejos patrones de dominio, implantados en la tecnología, los cambien a ellos.

Un estudio llevado a cabo por Deusto y Atrevia sobre la generación Z (entre jóvenes de 14 a 22 años) desvela algunos rasgos prometedores. Dos datos me llaman especialmente la atención. Uno, que les preocupe sobremanera la educación. Si entre la población general solo el 10% lo considera un problema, entre los Z lo hace el 50%. Las dos inversiones prioritarias del Gobierno, según ellos, deberían ser la educación y la I+D. Con esas preocupaciones, no sorprende que ocho de cada diez perciban inmovilismo político. Se ve su radiografía mental y se escucha al Gobierno y parecen provenir de planetas distintos. Pero vivimos en el mismo país: esa revolución generacional hará crujir más estructuras que cualquier robot anorgásmico. Que no se me olvide decírselo a mi amigo.

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