IRENE LOZANO. ESCRITORA Y DIRECTORA DE THE THINKING CAMPUS
OPINIÓN

Carta al funcionario/a que alterará el orden de los apellidos

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Quién te iba a decir, querida funcionaria del Registro Civil, lo creativo que llegaría a ser tu trabajo. En un mes entra en vigor el cambio legal que permite elegir el orden de los apellidos de los hijos, sin que se les atribuya el del padre por defecto, como hasta ahora. Recibirás numerosas instancias donde figurará el acuerdo de ambos progenitores e inscribirás a los churumbeles sin mayor problema. Pero habrá desacuerdos y entonces te darán tres días para elegir cómo se llamará ese bebé. Sí, te han cargado el mochuelo y tendrás que tomar decisiones difíciles. Lo llaman la soledad del poder.

Habrás de elegir si ese niñito, de nombre Ramón, ha de ser Valle Peña o Peña Valle. Podrás echarlo a cara o cruz, guiarte por tus gustos estéticos o inventar un criterio uniforme: los sustantivos siempre de segundo, hala. ¿Y si tienes dos, como en este caso? Yo te pediría evitar el socorrido orden alfabético, priorizando en todo caso al bético sobre el alfa. En fin, un lío. Tal como yo lo veo tienes dos opciones: o les pides a tus jefes un algoritmo por convenio o simplificas. Mi consejo es que no te compliques. Ramón Valle Peña quiso llamarse Ramón María del Valle-Inclán Montenegro por la musicalidad. Y tú dirás: ¿para esto sufro yo?

Así es, querida funcionaria, pero fíjate el peso que nos quitan a los demás. Antes, al ponerte un apellido te echaban encima todo el siglo de tu familia. Ya estuviera hecha de acero o de pluma, la prosapia nos caía en la inocencia para imponernos obligaciones, deseos y voces que no son la nuestra. Nos seguirán pesando nuestros padres: lo que hicieron, lo que dejaron de hacer, lo que solo se atrevieron a que hiciéramos nosotros… Seguiremos empeñándonos en enseñar cosas a los vástagos, aunque la lección más útil que reciben de nosotros es que sus padres están tan tarados como todos los mortales que se encontrarán en la vida.

Alterar el orden de los apellidos, permitir que la madre otorgue el linaje o que los hermanos no se apelliden igual, son formas de aflojar la jaulita de la identidad. Como somos más grandes por dentro que por fuera, no cabemos en dos palabras, así que no le des muchas vueltas. Aún es pronto para darnos la alegría de vivir en los pronombres, como quería Pedro Salinas, pero el 30 de junio asaltamos la fortaleza del apellido. Todo un logro de la civilización.

Te saluda Irene Lozano o Irene Domingo, tú verás

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