La introducción de tecnologías para sustituir tareas realizadas por humanos o animales no es nada nuevo y está en el núcleo del desarrollo de cualquier sociedad. Hasta la más primitiva herramienta nació para hacer más fácil un trabajo penoso, insano o peligroso y mejoró las condiciones de trabajo y la productividad. Lamentablemente, oponerse y pretender castigar la innovación y el progreso con obstáculos, impuestos y cargas tampoco es nada nuevo.
En los albores del automóvil se pretendió lo mismo que ahora con los robots, aduciendo que llevarían a la miseria a todos los que vivían del "transporte de sangre". Es evidente que el automóvil ofrece hoy más puestos de trabajo, de mejor calidad y mejor remunerados y contribuye al bienestar general, más que el cuidado y aprovechamiento de caballos, mulos y burros durante siglos.
La innovación tecnológica genera puestos de trabajo, seguridad, eficiencia energética, más salud y respeto medioambiental, en suma, progreso y bienestar…
¿Hay algo más reaccionario que oponerse a todo ello?
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