HELENA RESANO. PERIODISTA
OPINIÓN

El club de los ataúdes

HELENA RESANO
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Es la única verdad, la única certeza de nuestras vidas: antes o después, demasiado pronto o demasiado tarde, moriremos. Todos. La muerte es la única cita segura de este loco mundo. Vivimos tan rápido, tan absortos en ridículos conflictos que se nos olvida que la vida es nacer y morir, aunque duela, angustie o deprima darse de bruces con esa certeza.

Afrontar los últimos años de vida, envejecer, es seguramente la tarea más difícil de nuestra vida. Sabes que ya no eres joven, calculas cuántos años más podrás seguir aquí y de tu entorno de amigos, conocidos, empieza a faltar demasiada gente. Ser una persona feliz y transmitir felicidad es la mejor lección que les puedes dejar a los tuyos y estoy convencida de que la más complicada.

Dicen los psicólogos que tomar conciencia de la muerte te convierte en alguien más fuerte, más positivo. Y un grupo de ancianos de Nueva Zelanda decidió darle forma a esa idea creando el 'Club de los Ataúdes'. Se reúnen todos los miércoles por la mañana para diseñar y pintar su propio ataúd. Creen que esas cuatro tablas deben y pueden ser el reflejo de lo que ha sido su vida, sus pasiones, sus alegrías. Unos lo tunean como un coche de carreras, otros con dibujos de animales, con flores. Se meten dentro de él, lo miden, se tumban. Y en cada una de las fotografías que se hacen lucen una enorme sonrisa.

Recuerdo perfectamente la cara de mi hija cuando, con 4 años, tomó conciencia de que la muerte es inevitable. Es un proceso por el que pasan todos los niños, antes o después. Hasta ese momento creen que su mundo es el que es y que seguirá así siempre: sus padres siendo eternamente padres y sus abuelos, esas personas mayores que los llevan al parque. Mi hija lloró durante un buen rato, lo mismo le ocurrió a mi hijo a su misma edad. Y es seguramente el momento más complicado para un padre: decirle a un hijo que un día él no estará ahí para ayudarle.

Nuestros padres nos lo dijeron también y también seguido de la misma frase que nosotros les hemos dicho a nuestros hijos: "Sí, claro que me voy a morir, pero para eso queda aún mucho tiempo". Ese tiempo se ha consumido para tus padres, ves que se van a apagando como una vela, poco a poco, y toca afrontar este último tramo, un tramo que deseas se alargue durante un tiempo hermoso. Y que lo hagan, a poder ser, con esa misma sonrisa que ves en esos ancianos neozelandeses que se están construyendo su propio ataúd.

Ellos dicen que se han empeñado en esa tarea, primero, por ellos y segundo, porque les ha ayudado a compartir experiencias, a salir de casa, a socializar y a recibir mucho cariño. Cariño es, seguramente, la palabra clave.

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