Érase una vez la confianza en los medios de comunicación clásicos quebrándose en pedazos. Tantos como blogs, vídeos, cuentas de Twitter o de Facebook, iban surgiendo del Big Bang tecnológico, para acabar flotando en el mismo espacio que ocupaba el periodismo tradicional. Este podría ser el inicio, nudo y desenlace de la historia de un nuevo modelo en el que el ciudadano participa de la opinión y de la información. Todo comenzó tal vez con una simple cuestión que No Me Pises Que Llevo Chanclas formuló décadas atrás: ¿Y tú de quién eres? Fue lo que, en determinado momento, se le preguntó al medio de confianza. ¿Qué intereses defiendes? El medio, en la mayoría de los casos, no pudo o no quiso responder.

La cabecera ya no es la unidad de medida de la confianza de quien se informa, que se refugia, cada vez más, en marcas personales que viven en la red y sí pueden responder a la pregunta: ¿Yo? De Marujita. Hoy consumimos información uniendo piezas al modo Ikea: póngame una noticia de medio clásico, dos entradas de blog, cinco cuentas personales y de postre, sírvame caliente el debate del día en redes. Picotear en un inmenso buffet alimenta el fantasma de la veracidad, esa que algunos no supieron mantener en el modelo anterior. Hoy le toca al lector encontrarla por su cuenta. Y aunque nadie nos enseñó a hacerlo, a dudar de la información que consumíamos, no es mal horizonte introducir en nuestra dieta una práctica tan sana como es el tener que aprender a buscar honestidad entre tanto ruido, tradicional y digital.