JUANMA TRUEBA. PERIODISTA DEPORTIVO
OPINIÓN

Del ego de Cristiano a Jennifer Aniston

Juanma Trueba, columnista en '20minutos'.
Juanma Trueba, columnista en '20minutos'.
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Juanma Trueba, columnista en '20minutos'.

Se dice que a partir de los treinta años los futbolistas pierden velocidad pero ganan en madurez. Con Cristiano Ronaldo ninguna de las dos cosas parecen ser ciertas. El delantero del Real Madrid, camino de los 32, conserva el físico de los veinte y la inmadurez de los 18. Solo así se puede explicar que Cristiano fuera el primero en hurgar en la herida que provocó el empate de su equipo en Las Palmas.

Somos generosos y damos por hecho que todos los futbolistas se enfadan al ser sustituidos; debe doler que te cambien. Pero a todos, jóvenes y veteranos, habría que exigirles un nivel mínimo de fingimiento: enderezar el gesto después de haberlo torcido, animar al compañero que entra y responder con leve afecto a la palmada del entrenador. Lo ideal sería que los jugadores tuvieran entre sus valores más básicos el sentimiento de pertenencia a un equipo, pero en caso de no tenerlo resultaría aconsejable que lo simularan.

El empate del Real Madrid, que es un accidente, se ha convertido en un problema interno porque Cristiano, relevado en el 71', se sentó en el banquillo visiblemente irritado y así permaneció hasta el final del partido, musitando palabras que no eran precisamente de amor. Para zanjar el asunto (y el calentón) le hubiera bastado con apoyar luego la decisión del entrenador o con explicar que su enfado era consigo mismo, la lógica frustración por una mala noche. Porque fue mala, me gustaría recordarlo.

El fútbol exhibido por la Unión Deportiva Las Palmas, equipo revelación del campeonato, nos dejó otro tipo de reflexiones. Eso que llamamos juego de toque es una propuesta bienintencionada, pero no debería ser un sacerdocio. Ha sido Guardiola quien ha hecho del sistema una orden religiosa que incluye una serie de votos, entre los que destaca la prohibición absoluta de rifar la pelota, herejía insoportable. Estamos hartos de ver cómo sus porteros, y no pocos defensas, sufren acosados por los rivales, generando una angustia que, cuando se disipa, nos lleva a confundir el alivio con la felicidad.

No hace falta señalar que Guardiola maneja grupos con una enorme capacidad para subsanar sus propios errores. Si el revólver se dispara, el equipo se habrá volado un dedo o un pie, pero seguirá en condiciones de ganar el partido. No es el caso de otros discípulos, más o menos aventajados. Si hay un disparo, lo más probable es que se vuelen la cabeza.

En Gijón ocurrió algo que se relaciona con lo anterior. Se ha puesto de moda que los equipos no se protejan, especialmente cuando reciben a un grande. El público lo celebra porque lo toma por un acto de valentía y porque cada poco reponen la película 300. La cuestión es la duración del disfrute. En el caso de El Molinón alcanzó los 29 minutos. Desde entonces y hasta el final, la única duda fue el tamaño de la goleada. Llegados a este punto, habría que recuperar el viejo kit de supervivencia: defenderse siempre y atacar cuando se dejen los otros.

La ausencia de Messi no se notó en el marcador (opulento), pero sí en la actitud del Barça, que se vio obligado a pensar más. El ejercicio, por cierto, resulta muy saludable. Sin el abrigo de un súper genio, cada futbolista se hace cargo de la cuota de responsabilidad que le corresponde. Y en nadie se nota tanto el crecimiento como en Neymar, que pasa de Robin a Batman.

El Atlético también salió vencedor ante el Deportivo, aunque se dejó un jirón de piel: Augusto se rompió el ligamento cruzado. La baja es preocupante porque afecta a la zona más sensible del equipo: el mediocampo. Con una defensa pétrea y una ataque rebosante de efectivos, el plan de Simeone depende en gran medida del ajuste fino de sus centrocampistas.

Griezmann volvió a ser el salvador. Si todavía nos sorprende cada gol que marca es porque siempre parte en aparente posición de inferioridad. No es alto, pero anota de cabeza. No es corpulento, pero gana la posición a los centrales. Es rápido sin ser un velocista. Aunque festejamos sus goles, lo que habría que celebrar son sus movimientos. El viaje es el camino.

Entre los hechos prodigiosos que nos regaló la jornada de Liga hay que destacar el penalti que Pedro León mandó fuera del estadio de Ipurúa; hay futbolistas que desprecian lo sencillo. Como tantas veces, lo mejor es lo que permaneció oculto: la cara de quien vio caer el balón del otro lado, la sorpresa inicial y la fuga posterior, tal vez simulando el súbito embarazo de gemelos.

En Leganés asistieron a otro fenómeno asombroso. El valencianista Diego Alves paró otro penalti y ya acumula 17 de 37 lanzamientos desde los once metros (44% de acierto), lo nunca visto. Al Valencia se le genera más peligro desde los despachos propios que desde el punto de penalti. Lo extraño es que los favoritos para la Champions, habitualmente ricos, no se aseguren la presencia de un portero tan fiable en una especialidad tan decisiva, y no miro a nadie.

En las motos ganó Márquez, ese muchacho al que le hace cosquillas la vida. En el mundo sin sonrisas, emergió la figura de Mourinho. Y no por la victoria del United frente al Leicester, sino por la publicación de su última biografía. En el libro se repasan las fobias de 'Mou' (Wenger, Casillas, Europa occidental…) y se le descubre un amor platónico: Jennifer Aniston. Poco se puede añadir, salvo enviar un saludo: Angelina Jolie, bienvenida al piperío.

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