El día de Año Nuevo lo pasamos en casa de mis padres como cada año. Después de comer la gente menuda se levantó de la mesa y se fue al salón y yo me quedé de sobremesa con mis padres y una de mis primas, inmersos en una de esas conversaciones sobre la vida que se suelen tener en los comienzos de año, cumpleaños o cuando ocurre alguna desgracia que nos hace ponernos reflexivos.

Me gusta escuchar a las personas que tienen más edad que yo porque creo que no hay mayor sabiduría que la que dan los años vividos. Así que procuro tomar buena nota de lo que tienen que decir y el tiempo me ha ido mostrando que siempre tenían razón.

Pues bien, la conversación pasó por los consabidos "hay que aprovechar cada momento, estamos aquí para ser felices...", hasta que tras un buen rato reflexionando sobre la vida, acabamos hablando sobre la muerte. Mi prima trabaja cuidando a personas mayores y comentó que llegado el momento nadie quiere irse. Nos agarramos a este mundo con fuerza, incluso quienes pasaron su vida diciendo "cuando llegue el momento, prefiero morirme que vivir enfermo...". Pues al parecer, en ese punto todos cambian de opinión y se agarran a la vida como sea.

Y es que, qué bonita es la vida, como para no agarrarse, ¿verdad?

Esta conversación, además me hizo recordar unas declaraciones de una enfermera que leí hace tiempo y que para mí fueron un regalo. Decía que en su lecho de muerte todas las personas se arrepentían de las mismas cosas: 

– Ojalá hubiera hecho lo que realmente quería hacer y no lo que los demás esperaban de mí.

– Ojalá no hubiera trabajado tanto.

– Ojalá hubiera tenido la valentía de expresar mis sentimientos.

– Ojalá no hubiera perdido el contacto con mis amigos.

– Ojalá hubiera sido más feliz.

Creo que nunca es tarde para aprender esta lección. Da igual que tengamos 20, 40 o 60 años. Estamos a tiempo de no tener que arrepentirnos de esas cosas cuando nos llegue el día. Porque no sé vosotros, pero yo no quiero que me ocurra. Por eso:

– Siempre escucho a quien quiere aconsejarme, tomo nota y reflexiono, pero yo decido cómo vivo mi vida.

– Trabajo mucho porque disfruto tanto de hacerlo como de cualquier hobby, pero no me olvido de dedicar tiempo a mis otras pasiones.

– Expreso siempre lo que siento. No dejo que la vergüenza, ni el orgullo, ni el temor, ni la cobardía, ni el qué dirán me impidan decir lo que siento en cada momento. Si algo me gusta, lo digo; si no lo hace, también; si me encantas, lo sabes; y si te amo, también.

– Estoy siempre para las personas a las que quiero, para charlar, reír y hacer mil cosas. Y si no podemos vernos, les escribo o les llamo a menudo.

–  Y vivir la vida así hace que no pueda sentirme más feliz...

Ojalá si no vivís así, apliquéis desde hoy este regalo que os dejo. Feliz año nuevo. Y si lo hacéis... Feliz vida nueva.