CÉSAR JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

El misterio de la música está en el canto de las aves

César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.

Con solo un año, Darío apenas pronunciaba sus primeras palabras, pero ya cantaba. No le enseñó nadie. Ahora que ha cumplido tres años y habla perfectamente, cuando juega o está medio dormido le sigue gustando cantar con voz queda, muy concentrado, igual que haría un ebanista mientras talla con pericia la madera. Siento fascinación por esa música inventada, natural. Alguna vez se lo he comentado al paleontólogo Juan Luis Arsuaga, pero no hemos llegado a nada en concreto. Si según apunta este científico basándose en un diminuto fósil del oído interno, el hombre de Atapuerca podía hablar hace ya medio millón de años, sin duda también cantaría. Y cantaba, de eso no me cabe la menor duda. Al igual que el pequeño Darío, antes (o al mismo tiempo) de desarrollar nuestros ancestros un complejo lenguaje articulado, los rudos homínidos cantarían cual tímidos pajarillos, pues esa primitiva música no sería sino ritmos y sonidos producidos para imitar inconscientemente a las aves. Solo que nosotros le añadimos algo exclusivamente humano: la sensibilidad.

Música es una palabra de origen griego cuyo significado viene a ser 'el arte de las musas'. Pura inspiración con la que exteriorizamos los sentimientos frente al habla, que es comunicación verbal. Por eso cantar en soledad resulta normal y hablar solo se tiene por ejercicio de locos.

Nuestro primer instrumento musical fue la voz, pero en ese mismo instante glorioso ya incorporamos la percusión como principal complemento rítmico. Una pericia de la que Darío hace un alarde quizá excesivo. Luego llegarían las primeras flautas neandertales talladas en hueco hueso de ave, tambores, trompetas, liras, violines, violonchelos, pianos e incluso orquestas sinfónicas donde un centenar de músicos suenan como un grandioso instrumento, pero desde el principio la intención ha sido la misma, emocionar. Y lo seguimos haciendo con ese extraño instinto innato que tenemos de imitar a las aves con la música, de acercarnos a sus melodías, vete tú a saber si porque sus sonidos nos recuerdan a ese bosque protector de donde salió nuestra especie hace un millón de años. Me gustaría pensar que la música, al mismo tiempo comunicación y estética, es ante todo una imitación humana de los pájaros. Que las cantatas de Bach o el réquiem de Mozart, antes de acercarnos a Dios nos hermanan con el hábitat, con la flora y la fauna, con las nubes y las montañas; con nosotros mismos.

Aunque el cantar de las aves es más complejo de lo que parece. En su mayor parte solo lo hacen los machos. Y cada uno tiene su estilo propio dentro de un amplio reportorio musical lleno de fraseos y locuciones más o menos estereotipados. Se lleva la palma el cuitlacoche rojizo, un escasamente vistoso pájaro norteamericano (pero irrefrenable cantarín) al que se le atribuyen más de 3.000 tipos diferentes de cantos en su particular muestrario vocal, capacidad que deja como aprendiz de coro a las 180 canciones de nuestro incansable ruiseñor europeo.

Al menos en esto nosotros ganamos por goleada. Se calcula que la humanidad ha compuesto a lo largo de su historia unos 100 millones de canciones. Como toda creación es finita, los matemáticos calculan un techo musical cercano a 100.000 millones de melodías que nos quedarían por componer sin repetirnos, una extraordinaria potencialidad a mayor gloria de la SGAE.

Tampoco nos parecemos a las aves en el uso que le damos al canto. Para ellas es ante todo un complejo sistema de comunicación donde el macho controla territorio con sus trinos al tiempo que pregona entre las hembras sus supuestas capacidades sexuales. Tanto que el éxito reproductor de pajarillos como el carbonero o el carricero tordal está íntimamente relacionado a la variedad del repertorio vocal de cada individuo. Lo de cantar bajo el balcón de la amada les funciona de maravilla. Y quizá por eso Darío, que ya apunta maneras, está ensayando desde tan pequeño.

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