CÉSAR JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

Moriremos de éxito turístico

El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios.
El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios.
CJP
El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios.

El turismo es hijo de la curiosidad y del tiempo libre. Los primeros turistas fueron peregrinos religiosos, pero el invento tal como lo conocemos hoy en día es inglés. Nació a la sombra del Gran Tour (de ahí lo de turistas), el viaje iniciático que ya desde el siglo XVI emprendían los jóvenes aristócratas británicos para educarse conociendo mundo. Los monumentos clásicos de Roma, París o Atenas eran las estrellas. Tanta emoción les producía llegar a tan espectaculares sitios que algunos enfermaban de estrés del viajero, el conocido como síndrome de Stendhal después de que el famoso escritor francés sufriera fuertes vértigos al salir de la basílica de Santa Cruz en Florencia. En 1841 Thomas Cook vendió el primer viaje organizado de la historia. En 1872 se creó en Estados Unidos el primer parque nacional, el de Yellowstone, con el fin de establecer un lugar "libre de explotación mercantil, dedicado a la satisfacción del pueblo". Nacía así el ecoturismo. Ahora recibe más de 4 millones de turistas al año y da trabajo a más de 4.000 personas. El del Teide, en la isla canaria de Tenerife, es el parque nacional más concurrido de España con 3,3 millones de visitantes, el más visitado de Europa y el noveno del mundo. Y de los más de 1.000 millones de personas que cada año se mueven de un país a otro como turistas, la mayor parte de ellos incluyen en su particular listado de "sitios que hay que ver" espacios naturales.

Pero ver no es conocer. Muchos visitantes que se acercan al Teide o al Gran Cañón del Colorado apenas le dedican media hora de su tiempo; lo justo para llegar al lugar de la foto, hacerse un selfi y seguir camino. O buscar la tienda de recuerdos, tomarse una cerveza y vaciar la basura acumulada en el coche. ¿Cuántos de esos millones de turistas se han calzado las botas y pateado un sendero del parque? Pocos, poquísimos. Pero demasiados para algunos lugares excepcionalmente frágiles donde el impacto de tanta gente es comparable con hacer el Camino de Santiago con un pelotón de tanques. Un desastre ambiental.

El problema es medir el éxito de nuestros espacios naturales en número de visitas, enfrentándoles de igual a igual con las estadísticas de museos, parques de atracciones y campos de fútbol. Más gente pero, erradicada la educación ambiental de las aulas, ¿qué tipo de gente? Caminas por las selvas de niebla de Garajonay y en lugar de escuchar a la paloma turqué oyes todo el rato turistas gritones, responsables de que el mágico sendero esté sembrado de pañuelitos de papel con los que se limpiaron sus regios culos después de evacuar aguas mayores y menores debajo de un viñátigo. Subes al mirador de Fuente Dé, en Picos de Europa, y en lugar de rebecos saltan por los riscos cabraslocas en pantalón corto. Por no hablar de esa nueva moda de decorar el campo con montoncitos de piedras haciendo torretas, corazoncitos, escribiendo nombres o dibujando supuestos símbolos mágicos. Te parecerá mono, pero tales devaneos pseudoartísticos generan un grave impacto ambiental, destruyen hábitats de especies en peligro y yacimientos arqueológicos, además de provocar una terrible banalización del paisaje natural.

De esta forma entre gritones, cagones, deportistas extremos, artistas a tiempo parcial, místicos, cazadores de ovnis, amantes de los detritus y multitudes empaquetadas en los mismos sitios, a la misma hora, para fotografiar los mismos horizontes y las mismas puestas de sol, estamos matando de éxito esos bellos rincones que hasta no hace tanto fueron reclamos turísticos imbatibles. Donde rápidamente nos ofrecerán la peor y más cara comida posible, nos venderán artesanía local hecha en China, nos ofrecerán hacer rafting, puenting, surfing y no sé cuantas más locuras deportivas acabadas en -ing porque lo más importante, la tranquilidad de esos lugares únicos, ha muerto. Y nosotros somos sus asesinos. Turistas más que hartos de tantos turistas.

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