Son los ositos de peluche por antonomasia. Grandotes, pacíficos, vegetarianos e iconos de la defensa de la naturaleza. Porque estaban en las últimas, como esos bosques de montaña donde viven. En 30 años su población se ha doblado gracias a algo tan sencillo como recuperar el hábitat perdido. Más espacios protegidos con más bambú para darles de comer. Y penas de 20 años de cárcel para quien mate a uno de ellos. Los esfuerzos e inversiones millonarias han logrado alejarlo del farolillo rojo de la extinción. Pero la decisión no ha sentado nada bien en China.
Algunos piensan que la Lista Roja es una liga de fútbol donde todos quieren estar en primera porque hay más pasta y emoción. No les falta razón. Pero nos olvidamos de las categorías inferiores, esas de las que no hablan los medios. Despreciamos a la cantera y vamos detrás de estrellas galácticas, de osos panda o águilas, mientras que el deporte base medioambiental languidece y hasta se extingue porque bichos únicos como el tritón de Montseny o el samaruc no venden camisetas.
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