CÉSAR JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

Ángeles y tontos en el infierno

César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.

Regreso de la isla de La Palma con la ropa tiznada por los pinos carbonizados en el pavoroso incendio que el pasado 6 de agosto calcinó más de un 7% de su superficie boscosa. El olor a brasa fría aún impregna las montañas de la Isla Bonita. Casi 5.000 hectáreas arrasadas, 2.500 vecinos evacuados, un helicóptero estrellado y muchos silencios sentidos cada vez que en mis conversaciones con los agentes de medioambiente nos acordábamos de Francisco Santana, fallecido en el siniestro. Fran era el jefe de la comarca forestal de San Andrés y Los Sauces y debería haberme acompañado estos días a catalogar árboles monumentales, los que él amaba. El presunto autor del fuego sigue en la cárcel acusado de homicidio involuntario. Un joven perroflauta alemán de 27 años, aprendiz de panadero, malabarista, mendigo y tan amante de la naturaleza que acabó con ella y con una maravillosa vida humana por seguir la recomendación de muchos manuales de supervivencia: quemar el papel higiénico después de cada defecación. ¡Hay que ser imbécil! A la lacra medioambiental de los pañuelos abandonados por decenas debajo de cada arbusto junto a su respectiva boñiga, ahora tenemos a los idiotas del fuego purificador. Dándole candela al plastón en días de calor sahariano y potente siroco. Más de una vez, me contaban los agentes, han ido a apagar conatos de incendios donde sólo ardía una mierda pinchada en un palo.

Y es que no hay nada más peligroso que los bienintencionados. Como el suegro de un amigo. Lo llevaron a que conociera el viejo molino que el matrimonio se había comprado muy cerquita de Burgos. Tenían ya el proyecto para transformarlo en una vivienda bioclimática autoabastecida con energía del agua del propio cauce. Estaban soñando con la distribución de las habitaciones cuando de repente todo se llenó de humo. El abuelete había visto demasiada zarza en el soto y, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, le metió lumbre "para limpiarlo". Salieron vivos de milagro, pero el incendio destruyó por completo el molino.

Eso del fuego catártico viene de antiguo. Ganaderos quemando montes para lograr pastos, como los que el pasado invierno arrasaron miles de hectáreas en el norte cantábrico. Agricultores quemando rastrojos y linderos contra los topillos. Cazadores prendiendo fuego a nidos de águilas. Cagones ocultando sus problemas intestinales. Y todos ellos lamentándose después cuando el fuego se les va de las manos.

Los equipos de extinción de incendios son unos héroes; ángeles salvadores de haciendas, vidas y biodiversidad frente a infiernos devastadores. Profesionales mal pagados a quienes dejamos solos ante el peligro, pues así lo exigen las normas de seguridad, que no la ley. De acuerdo con la legislación española en materia de protección civil, todos los ciudadanos mayores de edad estamos obligados a colaborar personal y materialmente en la extinción de fuegos. Hasta hace poco eso suponía salir corriendo con el coche, el tractor o una pala para unirse a las brigadas en cuanto las campanas de la iglesia ‘tocaban a rebato’. Demasiado peligroso. Es mucho más sencillo ayudar con prevención y prudencia. Cuidando los entornos de nuestras casas sin abandonar en las cunetas restos de poda o césped, retirando basuras y escombros aunque no sean nuestros, cambiando la barbacoa veraniega por tortilla o ensaladilla y, por supuesto, erradicando los fuegos artificiales en zonas forestales. Como los de la Comisión de Fiestas del barrio de Tigalate (Mazo), en La Palma, que a pesar de la prohibición expresa lanzaron 50 cohetes en agosto de 2009, provocando supuestamente un incendio que arrasó casi 3.000 hectáreas de monte y 220 casas. Siete años después (¡siete años!), el juicio empezó ayer. El fiscal pide una pena de 7 años y medio de cárcel para los tres encausados, otros de esos bienintencionados tan peligrosos como los malintencionados, de los que también hay muchos.

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