Se suponía que era solemne. Presumíamos que el soberanismo preparaba una tarde histórica en la que el presidente de la Generalitat escenificaría algo que pareciera una declaración de independencia sin serlo. Ya estaba Puigdemont calentando cuando, en la reunión previa, la CUP conoce el texto del discurso y suelta el exabrupto: "Estamos haciendo el ridículo". Eso dijeron los diputados 'cuperos' con la cara hasta el suelo.

Aquel texto, pensado para que no les cayera encima el 155, se les antojó patético. Se aplaza el pleno y hasta se filtra un supuesto intento de mediación internacional para justificar el desastre. Al cabo de una hora vuelven los de JxSí sonrientes, no los de la CUP.

Puigdemont versionó a su modo el 1-O , despreció la importancia de la estampida de bancos y empresas, y profundizó en su retórica victimista. Todo para terminar haciendo como que declara la independencia sin hacerlo y, de seguido, pedir al Parlament la suspensión de algo que no hizo en favor del diálogo. Otra de contorsionismo para ganar tiempo. Ridículo es poco.