Hay en el casco antiguo de Ginebra una preciosa tienda dedicada en exclusiva  al olivo. No recuerdo el nombre pero sí el impacto que me produjo entrar en aquella especie de santuario que revelaba el enorme potencial comercial  de su fruto. Desde jabones hasta cremas para la piel, pasando por toda suerte de ungüentos y otros productos y delicias gastronómicas en los que la oliva era protagonista. Y, por supuesto, aceite. Aceite enfrascado o enlatado de las más variadas y exquisitas formas. Aceites de mil marcas y procedencias en los que cada país productor tenía una amplia representación. Todos los productores menos España. Había en sus estantes no menos de una docena de firmas francesas, aceite griego, israelí, tunecino y, por supuesto, italiano, como poco, unas treinta marcas italianas.

De España solo una, una lata  de aceite producido en Lérida. Ningún envase llevaba el sello de las almazaras de Toledo, Aragón  o Córdoba, ninguno siquiera de las de Jaén, la región aceitera por excelencia a nivel mundial. Es más, la amable y refinada joven que nos atendió se sabía al dedillo las propiedades salutíferas del aceite de oliva y las muchas posibilidades que su consumo ofrece, en sus distintas formas, pero desconocía que España fuera  con diferencia el primer país productor de aceite de oliva, el primer exportador y el que ofrece la mejor calidad del mundo.

Cuando le participé esto para explicar mi extrañeza por nuestra pírrica representación, aquella empleada trilingüe me miró como si fuera un chauvinista furibundo que trataba de venderle una moto sin manillar. Le conté este sucedido a la ministra de Agricultura, que me consta se esfuerza en defender nuestro aceite de oliva por ahí fuera. Isabel García Tejerina, quizá el miembro más profesional de todo el Ejecutivo, me dijo que la situación estaba cambiando y que cada año España vendía más aceite envasado y menos a granel.

Las cifras, sin embargo, continúan cantando. En el último ejercicio, la industria italiana ha comprado más aceite español que nunca, siempre  a granel. De las 900.000 toneladas que España vende  a nivel mundial casi la mitad han ido allí. Italia envasa como nadie y comercializa aún mejor. El aceite que nosotros vendemos en bruto por dos perras, ellos lo envasan en frascos de perfume con una etiqueta de diseño y lo sacan al mercado a precio de oro.

Es verdad que se ha avanzado mucho  y que en mercados tan poderosos como el de los Estados Unidos las ventas españolas han logrado ya superar las de los italianos pero es mucho también lo que queda por hacer. España tiene que aprender a venderse mejor y creer en sus capacidades de hacerlo. Que en Suiza conozcan nuestro aceite en lugar de a nuestros defraudadores. En el sector de la oliva no debiéramos tener rival.