CARLOS G.MIRANDA. ESCRITOR
OPINIÓN

Sí, ir en traje abre puertas

Carlos G. Miranda con traje
Carlos G. Miranda con traje
CARLOS G. MIRANDA
Carlos G. Miranda con traje

Nunca he tenido que ponerme un traje para ir a trabajar. Me muevo en un sector (escritura de guión) en el que lo raro es ir demasiado arreglado, así que mi uniforme laboral suelen ser los vaqueros. Mi padre, que es de los que trabajan con corbata desde hace 40 años a pesar de que podría ahorrársela, cree que, como mínimo, debería ponerme un cinturón para dejar de llevar los pantalones cagados. Coincide conmigo en que lo que uno vale en el trabajo no se mide por lo que viste, aunque está convencido de que un traje te abre puertas. Para comprobarlo, mi padre me propuso que me pasara un día vestido como Barney Stinston, el de Cómo conocí a vuestra madre, y después habláramos. Acepté el experimento social, dispuesto a conseguir datos con los que llevarle la contraria. Saqué del fondo del armario el único traje que tengo, y que sólo uso en bodas, bautizos y comuniones, y me lo puse un miércoles laborable. Esto fue lo que aprendí:

  1. Vestir traje es bastante práctico. Cuando te arreglas para ir a trabajar, puedes llegar a echar un rato pensando en qué ponerte; colores que combinar, estilo con el que acertar para no pasarte de formal o quedarte corto… Un traje sólo admite variantes en los complementos y es casi una apuesta segura de estilo, lo que acelera la rutina de vestirse. Además, sienta bien, aunque también hay que ponerse encima un abrigo arreglado que yo no tengo porque las bodas siempre me tocan con buen tiempo. No me quedó otra que romper la formalidad con una cazadora de pana que se daba de tortas; también perdí puntos llevando la mochila al hombro, en lugar de un maletín. En cualquier caso, saber lo que iba a vestir antes de salir de la ducha me recordó a cuando me ponía el uniforme del colegio que me señalaba como estudiante. El traje es sinónimo de que el que lo lleva está trabajando, aunque no deja tan claro en qué, ¿no?
  2. ¿El traje determina tu profesión? Cuando llegué al coworking en el que tengo instalado el ordenador, tuve que repetirle a mi compañero que no iba de boda. Pasó lo mismo con mi reunión de las once, la comida que compartí con unos compañeros, una amiga que me encontré por la calle... La reacción unánime fue la carcajada seguida de un "no te pega nada". Les parecía que me hacía menos creativo porque los trajes se asocian a otro tipo de profesiones. Es cierto que se hace difícil imaginar a un abogado sin traje y, si lo viéramos, nos llenaríamos de prejuicios pensando que igual no es el más fiable del juzgado. La sorpresa fue comprobar que la cara inversa de esos prejuicios también existe, a pesar de que el traje no responde a una única etiqueta profesional. Lo visten ejecutivos, pero también camareros, políticos y dependientes de centros comerciales. Eso sí, todos lo hacen con la misma intención: destilar seriedad.
  3. Vestir traje te otorga seguridad. Igual fue por la novedad, pero sentía que el chaleco, la corbata y los zapatos, que sonaban a cada paso, me otorgaban una pátina de distinción. Antes de vestirme por la mañana gritaba a viva voz que el hábito no hacía al monje, pero estaba descubriendo que tenía mucho más asociado de lo que me gustaría el traje a la representación del poder. No soy el jefe de nadie, así que me salté lo de ponerme a dar órdenes, aunque creo que el traje me si ayudó a que no me temblara el dedo al añadir un cero al presupuesto que me habían pedido por mail. El que lo recibió no sabía que yo llevaba un traje, así que la cosa ya no iba de lo que mi indumentaria provocaba en el resto. ¡Estaba ejerciendo su influencia en cómo me veía yo con esa ropa encima! Quizás mis niveles de creatividad habían bajado, pero estaban subiendo los de mi seguridad.
  4.  Con un traje te respetan más. Jamás me habían llamado tantas veces de usted como en mi día en traje. Igual es cierto eso que dicen de que algunos se tomarían más en serio a los del partido de Pablo Iglesias si no fueran al Congreso en vaqueros... A los Beatles les funcionó, que el éxito solo llegó cuando cambiaron la pinta de motoristas por la de chicos formales con trajes ingleses. Ya no sabía qué parte era real y cuál estaba en el festival de poder que se celebraba en mi cabeza, así que intenté despejar las dudas haciendo una visita a una tienda en la que, unos días antes, había estado mirando zapatos sin que el dependiente cayera en mi presencia. Al entrar vestido como un señor, me dedicó un sonriente buenos días y me contó las tallas que le quedaban antes de que yo dijera nada. Curioso, sobre todo porque, por suerte, ser respetable y tener dinero no van siempre de la mano.
  5. Un traje huele a dinero. Quizás por eso en la comida de trabajo, en la que era el único con traje, el camarero ofreció el vino mirándome a mí. Puede que también fuera otra casualidad, pero la cuenta cayó algo más cerca de mí que del resto de comensales. Pensé en pasarme por el banco para aprovechar el tirón, pero opté por ir a sitios en los que no tuvieran el verdadero estado de mis cuentas a golpe de clic: concesionarios de coches. Empecé por uno en el que creo que entran los futbolistas, pero no hubo mucha interacción con los comerciales. Fui a otro en el que la conversación se alargó más, aunque me ofrecieron el coche más barato del catálogo. No había aportado datos sobre mi verdadero estatus, pero supongo que hay gente que sabe cuando un traje es de H&M. En cualquier caso, vestido con mi estilo habitual nunca me habría atrevido a preguntar por las prestaciones de un coche de lujo con tanta seguridad. De nuevo, lo importante era lo que esa ropa estaba provocando en mí: que me viniera arriba.
  6. El traje no tiene pinta de que vaya a morir. Acabé el día en un bar con unos amigos que me recordaron que no estábamos en Nochevieja. En un afterwork de la calle Serrano no habría desentonado, pero estaba en Malasaña y, como pasa con la creatividad, un traje difumina los niveles de modernidad y te hace parecer un carca. De nuevo, más prejuicios, aunque es cierto que el traje es antiguo, que se considera el uniforme de trabajo no manual universal desde el siglo pasado. Mira que sacan cosas los diseñadores con la intención de renovarlo, y mira que las mujeres prueban todo tipo de variantes, pero en lo masculino el relevo no llega... Quizás sea porque eso supondría renunciar a una prenda llena de significados y a saber qué pasa entonces con las convenciones.

Mi padre tenía razón. El traje me había abierto puertas, sobre todo unas que no sabía que tenía dentro. Está claro que puede ser una herramienta para sacar lo mejor (o lo peor) de ti, pero, después del trabajo, llegas a casa, te sueltas el nudo de la puñetera corbata que lleva asfixiándote todo el día, te pones el pijama y vuelves a ser como todos los mortales. Eso me recuerda a otra cosa con la que mi padre siempre me da la turra: nos pasamos la vida intentando ser importantes en el trabajo y el único sitio en el que de verdad tenemos que serlo es en nuestra casa. En esa, da igual lo que vistas.

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