Menos mal que son magos, si no ya nos podríamos olvidar de ellos el día 6. A Melchor lo matarían en un bombardeo o en un atentado, Gaspar se ahogaría en el Mediterráneo, antes de alcanzar la costa, y a Baltasar le prohibirían entrar en Europa y moriría en un campo de refugiados. Esas cosas que pasaban a diario en el 2016, el año que nos dejó perplejos.

En el 2016, los ejércitos entraban pegando tiros en las ciudades y no había mujeres y niños esperándolos con gritos de alegría y banderitas, celebrando la llegada de los suyos o el fin de la pesadilla. Las guerras volvían a ser como en la Edad Media: arrasar y ocupar el territorio devastado, sin cruzar palabra con los vencidos; como mucho, permitir que se marchen, para luego machacarlos en la nueva ubicación. Todo ello, ante la pasividad de los gobiernos democráticos y las instituciones internacionales.

En el 2016, accedió a la presidencia de los Estados Unidos un bufón dorado, ignorante, grosero y racista, porque la mitad de los americanos decidieron saltar al vacío con su voto. Sin comentarios. Solo el más diabólico guionista de Hollywood podría imaginar una cosa así. En el 2016, los británicos decidieron marcharse de la Unión Europea, que ya empieza a tener más pasado que futuro y a su conocida falta de sensibilidad ante los problemas reales de los ciudadanos suma una inquietante falta de capacidad para resolver nuevos problemas, como el de los refugiados.

Aquí, en España, a lo largo del 2016 asistimos perplejos al espectáculo de unos parlamentarios incapaces de resolver el elemental sudoku que los ciudadanos les habían planteado en las urnas. No hace falta entrar en detalles para recordar el recital de incompetencia, pero ahí quedan, para la Historia, episodios como la repetición de las elecciones generales, la negativa de Podemos a apoyar un Gobierno de cambio, el asalto a la sede del PSOE para desalojar al líder o el asombroso ejercicio de resistencia que dio un presidente cuya ropa ya se estaban probando algunos y algunas a su alrededor.

La perplejidad lleva camino de perpetuarse ante la evidencia de una izquierda fragmentada que no muestra interés por desfragmentarse, un PSOE huérfano que no tiene prisas por salir de la orfandad y un Podemos donde algunos consideran viejo el pluralismo y proponen sustituirlo por un novedoso caudillismo unificador, si no hemos entendido mal el artículo que escribió la semana pasada Pablo Echenique, donde dice cosas como éstas:

"Por eso creo que la pluralidad de Podemos no puede ser una macedonia de familias. Porque eso es algo viejo, perjudicial, poco democrático y se deja a muchísima gente fuera. Frente a los partidos de familia, Podemos tiene que ser un partido-movimiento".

Y como éstas, explicando el camino que ha elegido:

"El camino en el que liderar no es montar una corriente, sino dar cabida a la pluralidad real que existe en nuestra organización. El camino en el que un tipo con coleta que dice verdades como puños camina delante, se come todas las balas y solo te pide una cosa para caminar junto a él: que no seas pablista, sino podemista".

En terrenos más domésticos, un servidor, que habita en el centro de Madrid, está perplejo al advertir las brutales reacciones despertadas en algunos medios por un Ayuntamiento que, al fin, decide racionalizar el uso de vehículos privados y tomar medidas de emergencia contra una contaminación que nos está matando. Claro, que esa perplejidad vale muy poco en un país donde el ministro del Interior está acusado de usar a la Policía para incriminar a dirigentes de otros partidos y la gente se queda en casa, tan tranquila, cuando meten en la cárcel a un pobre titiritero. Esas cosas, en fin, que pasaban en el año 2016, el año que nos dejó perplejos, y no deberían pasar en el 2017.

¡Feliz Año Mejor y que los reyes magos lleguen el día 6, que para eso son magos, cargaditos de juguetes y vestidos como les dé la real gana!