La caja gris del duelo

Todas las ofrendas dejadas en las estaciones tras los atentados, reunidas por antropólogos sociales en el primer archivo de Europa sobre el luto colectivo.
Parte del equipo del CSIC dedicado al Archivo del Duelo.
Parte del equipo del CSIC dedicado al Archivo del Duelo.
Sergio González
Parte del equipo del CSIC dedicado al Archivo del Duelo.
Un elefante de peluche; una estampa de la beata M.ª Maravillas, de Jesús Pidal y Chico de Guzmán; un tren muy oscuro dibujado por un niño; un post-it donde unas manos tan torpes como admirables –porque la emoción no necesita correctores– han escrito «basta lla»; una camiseta sucia, axilar, sudada para siempre, como usada en una fiesta; una fotocopia, ampliada hasta lo imposible, de una huella dactilar; muchas flores de plástico, acaso las más indicadas, por invencibles... Un icono ortodoxo; unos versos del Corán: «Quizá establezca Alá la amistad entre vosotros y los que de ellos tenéis por enemigos»; una bandera verde y amarilla, de grada popular, que casi siempre invitaría a escuchar un bossa nova bajo las estrellas, pero que esta vez parece de un país atroz, interrumpida por trazos quemados que dicen: «Brasil es madrileño»...

¿Qué hay en todo esto (2.097 fotos, 550 objetos, 5.991 papeles y 58.732 cibermensajes)? ¿Significa algo en conjunto? ¿Trasciende a la asepsia del depósito subterráneo, los archivadores de metal gris y las manivelas cromadas; al cartón profiláctico de las grandes cajas idénticas; a la simetría científica de los archivadores?

¿De qué va este llamado Archivo del Duelo donde pretenden reunir material para los estudiosos de la etnoliteratura y la religión popular, ajena a dogmas?

Tal vez porque los objetos, como los hombres, buscan para el descanso lugares donde hayan reinado la bulla y la travesura; también el recinto es el oportuno para tanta y tan diversa señal de luto dejada por los ciudadanos de a pie en los santuarios civiles y espontáneos de las estaciones de Cercanías donde se consumaron las matanzas del 11-M (Santa Eugenia, El Pozo, Atocha).

Así, por justicia histórica, en la sede del Archivo del Duelo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) del Ministerio de Educación y Ciencia, en la calle Duque de Medinacelli (Madrid-Centro), hubo en el pícaro pasado de los años veinte una concurrida pista de patinaje.

Ahora hay cajas grises, rotuladas sin pasión literaria («Caja objetos. Palmatorias, 5 unidades. Floreros, 2 unidades»). Una vez abiertas, sin embargo, brota el sentido ecuménico y piadoso de aquellos meses de agonía. Por ejemplo, hojas arrancadas de libretas de toda condición, tan variadas como las razas humanas –amarillas, blancas, rojas, de Betty Boop...–, con notas de conmovedora  urgencia («ya que no venís a poner una vela, la he puesto por vosotros»), a veces escritas en idiomas que ya son nuestros, realzados por los transparentes manchones de la cera quemada («sincere condoleante»).

«Ectoplasma tremendo»

Los 8 expertos que catalogan el material han llorado mucho. «No te sientes científico, estos objetos tienen carga, un ectoplasma tremendo», dice Carmen Ortiz. No han restaurado nada, ni se han atrevido a limpiar los papeles sucios de tanto suelo. Las cajas grises también guardan la tierra negra de las calles de Madrid.

Un proyecto pionero en Europa

El archivo es el primer proyecto de antropología social europeo sobre la respuesta ciudadana a un acto de violencia. Tras las explosiones, la directora del proyecto, la antropóloga Cristina Sánchez, grabó en Atocha la reacción, como la ciudad quedaba en silencio y las estaciones se convertían en santuarios. Ahora, con todo el material patrimonializado, reunido y en vías de catalogación, quieren organizar, este año o el próximo, un congreso internacional en Madrid sobre antropología del duelo.

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