Todas las revoluciones se gestan fuera de foco. Las televisiones y los politólogos hacen su aparición tiempo después, cuando la dinámica de la demanda de reformas (o de ruptura) ya se ha vuelto imparable.

Egipto, que vive ahora la suya, no ha sido una excepción: el descontento social ha crecido de forma exponencial en la última década sin que el anquilosado régimen del presidente Hosni Mubarak haya acertado con políticas justas para canalizarlo.

Diciembre de 2006. Una huelga obrera -liderada por un grupo de mujeres trabajadoras al grito de "aquí están las mujeres, ¿dónde están los hombres?"- en una fábrica de tejidos de Mahalla El Kubra, ciudad industrial al norte del país, tuvo una repercusión hasta entonces insólita (el país estaba acostumbrado a protestas desorganizadas, poco efectivas y fácilmente controlables por el régimen).

Aquella huelga, en el contexto de una crisis económica local incipiente, supuso un punto de no retorno del movimiento obrero en Egipto y ha sido interpretada por algunas asociaciones de izquierda como el inicio del despertar de la conciencia ciudadana (aunque formaciones como Kefaya -Basta, en árabe- ya llevaba tiempo aglutinando a la oposición). Las movilizaciones en demanda de mejoras económicas y sociales no han dejado de aumentar desde entonces (más de 400 huelgas en 2008 y 1.000 en 2009).

Dos años después de aquella huelga, en 2008, la situación económica había empeorado todavía más. La subida del precio de los alimentos amenazaba con estrangular a muchos egipcios, cuyos paupérrimos salarios no podían competir con la nueva situación. Además, la postura oficial del Gobierno sobre la creciente tensión entre palestinos e israelíes en la franja de Gaza era interpretada con recelo -y hasta con franca hostilidad- por amplios sectores de la sociedad, sobre todo jóvenes.

En medio de esa situación nació, en marzo de 2008, el grupo de Facebook Movimiento 6 de abril. Tres años después, este heterogéneo conjunto de estudiantes desideologizados pero descontentos con la deriva autoritaria del régimen, es parte de la vanguardia que se moviliza en las plazas y calles egipcias pidiendo la dimisión de Mubarak.

El Movimiento 6 de abril, que debe su nombre a la huelga general que tuvo lugar en dicha fecha (de 2008) y que fue secundada de manera notable en las fábricas de la mencionada Mahalla, no se entiende sin Facebook, que aglutinó y catalizó el ansia de los descontentos. Pero su poder no se agota en él. A diferencia de otras asociaciones que pululaban por Internet, los integrantes del Movimiento 6 de abril focalizaban su descontento en Mubarak y en su hijo, y por entonces probable sucesor, Gamal (con todo lo que supone esta crítica del poder en un país en estado de alarma desde el comienzo de la década de los 80).

Sus demandas, plasmadas en una serie de manifiestos todavía accesibles vía blogs, incluían la transición a la democracia, la puesta en libertad de los detenidos por reclamar mejoras sociales y el aumento del salario mínimo para hacer frente al alza de los precios. El Movimiento 6 de abril, en el que no faltó el debate interno acerca de sus métodos, alianzas y objetivos, como relató en su día New York Times, fue creciendo rápidamente entre la juventud egipcia.

El apoyo efectivo a las acciones directas llevadas a cabo por los trabajadores supuso un salto cualitativo de la realidad virtual a la toma de partido real. La tesitura de apoyarse o no en los Hermanos Musulmanes -que aunque prohibidos contaban y cuentan con una poderosa infraestructura- fomentó la disidencia interna y sacó a la luz la dificultad de coordinar un movimiento de base tan heterogéneo y sin líderes aparentes (aunque de facto estos existieran, como Ahmed Maher, fundador del grupo en Facebook y activista por la causa de la democracia).

El futuro del Movimiento 6 de abril hoy, con una revolución democrática en marcha que podría acabar derrocando a Mubarak y con una oposición poco coordinada, es incierto. Su participación en esta trascendental semana de protestas ha sido muy visible. Pero la posibilidad de que el grupo como tal -y no solo alguno de sus miembros aisladamente- se convierta en interlocutor político en un eventual proceso de transición política, es difícil de afirmar.