Dirige The way y es un especialista en el Camino de Santiago: asegura haberlo recorrido unas cinco veces para poder hacer la película.
¿Cómo afrontó esta cinta?
Como El mago de Oz: es un viaje en el que, más que el destino, importa lo recorrido y las relaciones humanas.
¿Se preparó mucho antes?
Intenté pasar el mayor tiempo posible en España: no quería cometer los mismos errores que Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona.
¿Cómo evitó que la película fuese demasiado religiosa?
Busqué el equilibrio entre mi padre y yo. A mí me interesaba el viaje espiritual; a él, pararse en cada Iglesia. No soy creyente, así que me lo tomé como el viaje iniciático, juvenil, que nunca pude hacer.
¿No viajaba de joven?
No así. Los viajes que más me impactaron fueron de niño, en familia. Mi padre se empeñaba en que lo acompañásemos a los rodajes, así que éramos como artistas del circo: siempre de un lado a otro.
¿Hasta qué punto sus personajes son realistas?
El público que ha hecho el Camino dice que está muy bien reflejado. Por ejemplo, eso de no soportar a alguien pero al final compartir horas y horas con él.
¿Por qué no cambió su apellido, como sí hicieron su padre o su hermano Charlie?
Cuando empecé pensé en cambiarlo también: los latinos, entonces, sólo podían encarnar a los indios en las películas del Oeste. Pero mi padre me dijo que no lo hiciera: que el mundo cambiaría, se haría más pequeño, y que al final me pesaría. Le hice caso, y ahora estoy muy orgulloso: ser latino ahora, además, está muy bien visto... A menos que seas un inmigrante sin papeles, claro: entonces será algo terrible.
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