Comer y decorar no tienen desperdicio

Dos movimientos que plantean otras tantas rebeliones domésticas, dos revoluciones de andar por casa. Atañen a un par de las necesidades fundamentales de nuestra vida: la comida y los muebles. Se tiran antes de tiempo. Dos colectivos plantean cómo evitar el desperdicio.
Makea
Makea
Biel Aliño
Makea

¿Gastamos demasiado dinero en alimentación? ¿Tiramos excesiva comida a la basura? ¿Nos hemos vuelto unos gourmets de la noche a la mañana? El tema tiene miga.

Freegan viene de la fusión de dos palabras: free, gratis, y vegan, vegano. Pero no todos los freegans son veganos. Los freegan son personas que consiguen comida en los contenedores de los supermercados. Para ellos, gran parte de los alimentos que tiran a la basura las empresas que gestionan las grandes superficies de venta es perfectamente comestible... Sólo tiene algún desperfecto de envasado o le faltan pocos días para que llegue la fecha de caducidad.

Pero aquí viene lo importante: los freegans no cogen la comida de la basura por necesidad, sino por motivos éticos. Creen que existe un consumo innecesario, una producción excesiva y un desperdicio masivo. Por eso han pasado a la acción.

En España no existe movimiento freegan como tal. Y nuestros problemas no son distintos. La única experiencia freegan, puntual, la llevó a cabo el Invernadero Lavapiés, un colectivo ciudadano compuesto por diez personas de Madrid (sociólogos, periodistas, diseñadores...). Organizaron una recolecta de comida por contenedores de basura y, tras su cocinado, una cena freegan: «Alucinamos con la cantidad de comida que recogimos en tres días y en perfecto estado. Huevos, leche, lechugas, tomates, garbanzos, pescado, gambas, limones, pepinos, pimientos, naranjas, patatas… Después de esta experiencia, volver a comprar en un súper no es lo mismo, era curioso hacer cola y pagar por lo mismo que hace unos días habías reciclado gratis de la basura».

El colectivo tiene una explicación de por qué en España el movimiento es inexistente: «Éste es un país al que el consumismo llegó más tarde que al resto de Europa. Todavía no nos hemos cansado ni concienciado de sus excesos y sus consecuencias medioambientales. También es un tema cultural, recoger comida y objetos de la basura, aquí se ve como pobreza, un fracaso social. Estoy seguro que un buen menú freegan es mucho más saludable que la alimentación rápida y basada en los precocinados de la mayoría de las personas».

Otro movimiento activo en España se asocia a Food not Bombs (Comida, no bombas). El enfoque es similar al de los freegan, pero los dogmas son distintos. Se trata de una red internacional que recicla alimentos sobrantes de supermercados y tiendas de alimentación, los cocinan y organizan comidas estrictamente veganas y siempre gratuitas para personas desfavorecidas. Ideológicamente, su denuncia se dirige a los gobiernos: si el dinero invertido en armamento fuera destinado a paliar el hambre en el mundo, dicen, pocas personas lo pasarían mal para llevarse alimento a la boca. A pesar de que Food not Bombs es una iniciativa estadounidense (cumple 20 años y se inició en Massachussets), tiene corresponsales en todo el globo. La delegación de Barcelona ya ha organizado una cena gratuita.

Escritorio estilo vertedero

Y ahora, una mesa para comer. ¿Invertimos mucho dinero en muebles? ¿Por qué queremos renovar nuestro salón cada seis meses? ¿Soñamos con que venga la revista Hola a hacernos un reportaje?

Al comienzo de los tiempos los ricos, ya sabéis, los nobles y toda esa gente que iba en albornoz a los actos públicos, se dejaban la nómina en la decoración de su palacio. Eran la minoría, mientras la mayoría se apañaba una mesa, un par de sillas y un armario, hechos por ellos mismos o reciclados. Ahora pasa lo mismo, pero es la mayoría la que se gasta una pasta en decorar su casa (además, por culpa de las modas, la cambian pasados entre cinco y diez años) y la minoría la que se hace sus propios muebles, los hereda o los rescata de la basura.

Es lo que hace el colectivo Makea. Patrullan las ciudades para apoderarse de muebles que la gente tira a la basura porque están rotos, han pasado de moda o ya no les caben. Recogen los supuestos deshechos y les ofrecen una segunda oportunidad. Los arreglan, transforman y devuelven a la calle para que cualquiera los pueda utilizar en casa.

El colectivo valenciano se apropia de la iconografía de Ikea y la transforma a su modo. «Makear viene de maquillar, arreglar, customizar, personalizar, reparar, tunear, adaptar, apañar... en definitiva, háztelo guapo tú mismo». Salieron a la calle en 2006, tras establecer sus bases teóricas. El equipo está formado por las cinco personas que aparecen en la foto: los diseñadores Mireia, Alberto, Pablo y Xan, y el arquitecto Francesco.

Los makeros, como los freegan, no actúan por necesidad, porque no tengan ni un pavo para comprarse una lámpara; lo que hacen lo hacen «siempre desde un prisma ecológico, desde un diseño para el reciclaje y la reutilización, para la minimización de residuos, para la utilización de productos no tóxicos». Denuncian también el consumismo «histérico» de mobiliario.

Makea defiende sus salidas nocturnas en busca de muebles muertos frente a las estrategias empresariales mayoritarias, pero también culpabiliza de este desperdicio a los consumidores, «ya que es el sistema el que genera la obsolescencia programada. Todos somos a la vez responsables y víctimas de la misma. Los productos de usar y tirar; la manipulación intencionada de la vida útil de los productos para que duren lo que las empresas han preestablecido en función de las expectativas  de rentabilidad; las campañas de marketing que fomentan el derroche y la sustitución de los productos con independencia de  su estado y la dificultad de reparación  y mantenimiento de los productos son algunas de las causas de la obsolescencia programada». No se puede hablar más claro.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento