Lo conocíamos como maestro del color. El Museo Thyssen de Madrid nos descubrió en 2009 su madurez, una amplia etapa en la que se volvió cercano. Pero le precedió otra mucho más breve y bien distinta. Es esta última, la época artísticamente más arriesgada de Henri Matisse (1869 - 1954), la que centra la muestra que abre el domingo el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).

Matisse: Radical Invention: 1913 - 1917 (Matisse: invención radical: 1913 - 1917) es la primera exposición que se ocupa del periodo transcurrido desde que el pintor volvió a París de Marruecos hasta que partió a Niza. La han hecho posible cinco años de estudios en torno a casi 110 obras del francés, las que los comisarios de la muestra definen como sus creaciones "más difíciles, experimentales y enigmáticas".

Ya en la primavera de 1913, Matisse comenzó a interesarse por la estructura formal, un interés que paulatinamente iría reemplazando a su previa obsesión por el color y que lo llevó a modificar Bañistas en el río (abajo), iniciada cuatro años antes. Poco después llegaría su respuesta a la corriente cubista.

Avance del cubismo

La primera mitad de 1914 fue para el artista un periodo muy prolífico. Un pequeño apartamento en el parisino muelle Saint-Michel lo vio alumbrar casi una docena de pinturas, como Interior con peces de colores; el Retrato de Yvonne Landsberg, de gran carga dramática; y Mujer sobre un taburete. Esta última guarda similitud, por sus formas, tonos y contornos, con las obras de Cézanne que habían avanzado el cubismo y, asimismo, con las piezas cubistas de la época.

Pero el comienzo de la Primera Guerra Mundial vino a sacudir la existencia de Matisse y a mermar su creatividad. En el verano de 1915 se vio obligado a trasladarse junto a su mujer e hijos a la casa de Issy-les-Moulineaux. De este tiempo data Naturaleza muerta a partir de ‘La Desserte’ de Jan Davidsz. de Heem,  realizada sobre una copia que el joven Matisse había realizado del original en 1893 en el Museo del Louvre.

El propio Matisse explicó que, en la transformación, se había servido de "los métodos de construcción modernos" y que había añadido a la obra primera todo lo que había "visto" desde entonces, técnicas cubistas incluidas.

Cientos de grabados

Durante la Guerra, eso sí, Matisse creó cientos de grabados. Con los ingresos que obtenía por su venta, enviaba comida y bienes de primera necesidad a la localidad alemana de Havelberg, en cuyo campo de concentración estaban confinados los prisioneros de guerra de la villa francesa donde él se crió.

En 1916, uno de los más cruentos años de la Guerra para Francia, Matisse avanzó en algunas obras clave de su trayectoria, como Los marroquíes y, de nuevo, Bañistas en el río. Aun con los mismos intereses formales, todo parece indicar que el artista comenzó a experimentar ese año con nuevos procedimientos y a reducir los lienzos ya creados añadiéndoles nuevas capas de pintura.

La Guerra había hecho mucha mella en él para 1917. Aunque no plasmase el conflicto de forma explícita, afrontó entonces obras de gran dificultad, como el Retrato de Auguste Pellerin (II), en las que los expertos ven hoy una manera del artista de reaccionar ante el conflicto. El reto estaba en el mundo y en el arte, y para afrontar el segundo, Matisse tenía un arma: la experimentación.

Los 'Bañistas' definitivos

Bañistas en el río obsesionó a Matisse entre 1916 y 1917. Alargó e hizo más abstractas sus figuras y dividió el lienzo en bandas verticales. Con una franja central negra separó una, a la izquierda, de follaje verde, y otra, a la derecha, vacía. Finalmente, cambió el color de la franja entre la tercera y la cuarta figuras y levantó pintura del lado izquierdo para que se apreciaran las capas.