“Ágora, representación teatral, punto de convergencia: espacio abierto y plural, vasto ejido de ideas, […] estaciones de taxis, paradas de coches de alquiler somnolientos y amalgamados en una masa ociosa, absortos en la contemplación del ajetreo cotidiano, acogidos a la licencia y desenfado del ámbito, en continuo, veleidoso movimiento, contacto inmediato entre desconocidos, olvido de las coacciones sociales, identificación en la plegaria y la risa, suspensión temporal de jerarquías, gozosa igualdad de los cuerpos”.
Así describió Juan Goytisolo, residente en Marrakech desde hace casi 15 años, el espíritu de la ciudad marroquí. Ese espíritu caótico y cautivador es el que se respira a lo largo y ancho de la localidad, pero donde mejor se puede captar es en su zoco, el souk. Un laberinto de callejuelas llenas de puestos y tenderetes donde los marroquíes hacen sus compras y donde los comerciantes estipulan el precio, como es habitual en el mundo árabe, según seas nativo o turista.
En el zoco, el viajero deberá decidir si entra o no en el principal juego local: el regateo. Las guías de viajes estipulan que no se debe pagar más de un tercio de lo que inicialmente pida el vendedor en potencia.
El comerciante cuenta con ello, pero también habrá turistas que asuman pagar algo más ya que, al fin y al cabo, en Europa ni siquiera nos dejan regatear. La mejor hora para visitar el zoco de Marrakech es por la mañana, pues los puestos van cerrando progresivamente a medida que cae la tarde.
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