Aunque algunos no los pisen, son fundamentales en determinadas ciudades. Un paseo por París será incompleto sin el Louvre, Nueva York no son sólo rascacielos sino también el MoMA o el Guggenheim y, desde luego, España perdería atractivo sin los muchos que la salpican. Museos: lugares que, sin embargo, no tienen por qué rebosar cultura y belleza, sino que pueden contener objetos inútiles, esqueletos deformes, maíz o, incluso, penes.
¿Penes? Sí. Como los muchos (doscientos, ninguno humano) expuestos en Húsavík, un pueblo antes conocido por la pesca de ballenas y que ahora alberga la Faloteca Nacional Islandesa. El lugar, con un enorme falo en la puerta, es de Sigurdur Hjartarson. Empezó a coleccionar miembros de cetáceos, después de osos polares o leones marinos y, finalmente, de cualquier animal local.
Cuerpo feo, alma pura
Tampoco brillan por su elegancia el Sulabh Toilet Museum de Nueva Delhi, la India, ni el Museo Jannick del Excremento, en la holandesa Enschede. Del primero no hace falta decir mucho: quién no disfrutaría contemplando sanitarios de hace 4.500 años. La evolución de este utensilio, literatura al respecto... Su creador, el doctor Bindeshwar Pathak, alega un buen motivo para abrirlo: concienciar a los ciudadanos de su país para que utilicen el servicio, previniendo así las frecuentes enfermedades contagiosas que corren por el país debido a la falta de higiene.
Respecto a Enschede, decir que su Museo del Excremento debe de ser uno de los lugares menos indicados para una primera cita. Deposiciones con los colores, tamaños o texturas más inverosímiles, pueden contemplarse y, en la sala estrella del museo, un simpático empleado nos abrirá una caja con algún tipo de hez en su interior. ¿La gracia? Adivinar a qué animal pertenece. Hay gente para todo.
Burt ríe
Y si les resulta curioso que haya un museo dedicado a un actor decadente, todavía más extraño les parecerá que en Michigan triunfe el Toothpaste World, un enorme recinto que muestra todo tipo de dentífricos. Pastas de dientes de todos los rincones del planeta, con colores fascinantes y sabores imposibles (chocolate, vino de California o Bourbon, para los que quieran oler a whisky a todas horas) son mostrados y, muchos de ellos, también vendidos allí. Un lugar imprescindible para dentistas y, por supuesto, cualquiera que haya sufrido alguna vez en su vida halitosis.
Arte horrendo
No tienen por qué ser bonitos, pero al menos sí más útiles que los objetos acumulados en los tres últimos museos de esta colección de lugares absurdos. Los fanáticos de los mecheros Zippo tienen su meca en Bradford, Pennsylvania, donde el fabricante dispone de miles de metros cuadrados destinados a su producto estrella: el legendario encendedor de carcasa metálica y combustión de gasolina. Los que, en cambio, coleccionen calcetines saciarán su curiosidad y podrán abrigar sus pies en Japón, donde el Museo Naigai expone innumerables prendas. Los coleccionistas y consumidores de caramelos Pez serán, por último, felices en el californiano Burlingame Museum of Pez, con la colección más completa de envases de dicho dulce.
Dónde visitar a un ratón
El Ratón Pérez, el célebre roedor que alegra la niñez de desdentados infantes, tiene su Casa Museo en Madrid. No es el único ejemplo de originalidad nacional: Sant Feliu de Guíxols cuenta con el Museo de Chapas de Cava y Champán. La leonesa Astorga abrió el primer museo español del chocolate (en China hay hasta un parque temático), y Ciudad Real cuenta con el apasionante Museo del Orinal. Y ayer mismo se anunciaba que Tielmes, en Madrid, tendrá en 2011 un museo de criminología que, entre otras cosas, expondrá un garrote vil.
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