¿Dónde se ha metido todo este tiempo?

En 1987 estaba como ahora, con premios, exposiciones... y me asusté un poco. A mí me gusta el silencio y trabajar, por eso me escondí. Luego, en el 90, nació mi hija y me apetecía cuidarla.

El Premio Nacional le llega cuando parece más volcada en la pintura o la poesía.

Sí. Mis amigos se alegran de que ahora no me dejen abandonar la fotografía.

¿Le molesta que le sigan definiendo como la fotógrafa de la movida?

Sí, porque es como decir que después de la movida no he hecho nada. Pero estoy muy orgullosa de haber pertenecido a esa generación.

¿Qué rescata de entonces?

La creatividad y la libertad, que creo que siguen existiendo. La parte de las drogas a mí no me interesa.

¿Y qué quiere ser ahora?

Quiero ser una artista transgresora, pero desde la sencillez y la belleza.

Suena muy ambicioso...

Algunos artistas piensan que hay que vomitar mierda al público, regodearse en lo terrible y destructivo que es el mundo. Pero yo no quiero caer en la tentación de echar sobre la gente el dolor que a veces siento. El artista debe tirar de los demás hacia arriba.

¿Por qué le añadió otra «e» a su seudónimo?

Porque necesitaba un cambio en mi vida. Estuve a punto de cambiar de nombre.

Pero no lo hizo...

El nombre se lo inventó El Hortelano (su ex marido) para una estrella imaginaria. Pero hace poco Paloma, de las Hijas del Sol, me dijo que en su lengua significa: «Que des muy bien la vuelta al círculo de la vida».

¿Y?

Decidí quedármelo para siempre.

Bio

Madrid, 1957. Fotógrafa autodidacta, triunfó en los ochenta con sus imágenes tomadas en blanco y negro y pintadas a color.