Es un trabajo también lúdico. Se juega, se hace previamente un calentamiento físico, con yoga, masajes, una relajación, una tarea de la que se encarga mi compañera, Sandra, antes de llegar a las improvisaciones. Yo trabajo la técnica del clown.
Pero la improvisación se prepara, ¿no?
En este caso, no. Se lanzan propuestas, por ejemplo, se le dice al alumno «te pica el cuerpo», y sale a escena a ver qué le sugiere eso. Se busca la autenticidad. También se trabaja la máscara, porque la nariz del payaso es la máscara más pequeña del mundo.
¿Qué le gusta más a la gente que participa?
En el último curso intensivo, unas chicas decían que hacía años que no tenían esa sensación, esas ganas de jugar, como cuando eran niños, con la risa, las emociones.
¿Tienen sentido del humor los alicantinos?
No es cuestión de alicantinos, valencianos o de Barcelona... Cada persona tiene ese niño escondido dentro, ese clown, pero lo que ocurre es que, conforme pasan los años, esa persona tiene que ganarse la vida, asume responsabilidades y eso le va poniendo una capa encima. En el curso hacemos un trabajo para volver atrás, al principio, a jugar, a encontrarse a sí mismo de nuevo.
¿De qué vive un clown?
De festivales, de los circuitos de espectáculos, se puede ganar la vida montando representaciones teatrales y dando clases.
Bio
Nació hace 30 años en Barcelona y lleva un año en Altea. Enseña con ayuda de su pareja, Sandra Teruel, la técnica del clown.
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