Matanzas impunes del siglo XX: asesinos en masa,  represores y premios Nobel de la Paz

Un manifestante enfrentándose a un tanque del Ejército chino en la plaza de Tiananmen el 4 de junio de 1989.
Un manifestante enfrentándose a un tanque del Ejército chino en la plaza de Tiananmen el 4 de junio de 1989.
AGENCIAS
Un manifestante enfrentándose a un tanque del Ejército chino en la plaza de Tiananmen el 4 de junio de 1989.

"Las masacres de inocentes, históricamente, han salido rentables a los que las cometieron", asegura a 20minutos.es el historiador y periodista Jesús Hernández, autor de Las 50 grandes masacres de la historia (Tempus) que acaba de editarse. "Puede sonar frío", explica este historiador, pero "eso es lo que me encontré al investigar estos hechos a lo largo de la historia".

Uno de los casos más sangrantes se inicia con el atentado contra el hotel Rey David de Jerusalén en 1946. En aquel establecimiento se encontraba la administración de la autoridad británcia en Palestina y servía de sede para una oficina de la ONU. Un grupo paramilitar sionista, el Irgún, colocó una bomba de 350 kilos de explosivos para atacar la autoridad colonial británica.

La explosión destruyó completamente el ala sur del hotel. Se intentaron dar varios avisos del estallido pero ninguno fue escuchado y uno, tan poco sutil como tirar un petardo en la calle y gritar lo que iba a ocurrir, no hizo si no congregar a más curiosos y viandantes. Murieron 91 personas: 28 británicos, 41 árabes, 17 judíos y 5 de otras nacionalidades.

Uno de los principales líderes de la organización que perpetró aquella matanza era Menahem Beguin y no fue condenado por aquello. Tampoco tuvo que responder por la masacre de la aldea árabe de Deir Yassin, que él mismo comandó y que causó entre 250 y 400 muertos dos años más tarde. Acabó siendo primer ministro israelí y Premio Nobel de la Paz en 1978.

"Todo es relativo", asegura Hernández que concluye: "La historia bascula". Como ejemplo pone a Vlad Draculea: para millones de personas supone la encarnación del mal (y no sólo porque supuestamente sirviera de inspiración al irlandés Bram Strocker para crear su famoso Drácula, si no porque empaló vivos durante años a miles de súbditos y enemigos), pero en la actualidad algunos historiadores rumanos lo reivindican como héroe nacional de su país.

Sin responsabilidad

Sin embargo, parece que la humanidad ha dado sus primeros pasos en pos de quebrar esta impunidad. "Hay una cierta tendencia, en principio, que se ve en la creación de tribunales internacionales, como la Corte Penal Internacional (CPI) en La Haya, y medidas similares, pero si repasamos los últimos treinta años de historia eso no está tan claro".

"Al final nadie paga por hechos tan brutales como el Domingo Sangriento o el atentado de Lockerbie, salvo quizá pequeños peones como el libio recientemente liberado", asegura este historiador, que cree que "a quienes realmente planifican estos hechos la justicia no les alcanza". Una de las pocas excepciones, comenta Hernández, es el caso de la Alemania nazi.

Este escritor, en su investigación, ha comprobado que casi todos estos hechos causaron una honda impresión e impacto en la opinión pública, pero "se acabaron quedando en el olvido y sin respuesta".

"Por ejemplo, fíjate en los atentados islamistas, auténticas masacres como el 11-S, el 11-M o el 7-J", explica Jesús Hernández, "provocaron muchos muertos, cambiaron nuestras vidas y la seguridad internacional pero, a día de hoy, sabemos muy poco: todo lo que rodea a esos hechos parece envuelto en una nebulosa en la que nadie parece poder entrar. No hay explicación clara y ni siquiera sabemos si el famoso Bin Laden está vivo o si se le sigue buscando".

Algunas matanzas impunes...

  • La matanza de la plaza de las tres culturas (México, 1968). Días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de México 68, miles de estudiantes se concentraron en la plaza de Tlatelolco para protestar contra el Gobierno de Díaz Ordaz. El Ejército y la Policía rodeó la plaza y, aún no se sabe realmente por qué, comenzaron a disparar sobre la multitud. Parece ser que los primeros en disparar fueron los soldados de un batallón que vestían de civiles y sólo respondían ante el presidente. Durante más de dos horas continúo el tiroteo. El Gobierno méxicano declaró que murieron únicamente 20 personas pero el prestigioso periódico The Guardian llegó a cifrarlos en 325. Jamás se llegó a un consenso, pero lo que es seguro es que el presidente Díaz Ordaz acabó su mandato y su sucesor fue el responsable de orden público aquel día, Luis Echevarría Álvarez, que a pesar de que se le intentó juzgar dos veces, ya en el siglo XXI, por aquellos hechos, una de ellas por genocidio, siempre salió exonerado.
  • El Domingo Sangriento (Irlanda del Norte, 1972). Unos disturbios durante de una manifestación por los derechos civiles en Irlanda del Norte acabó con un Batallón de Paracaidistas británicos abriendo fuego contra los manifestantes. Murieron 14 personas y resultaron heridas más de treinta. La primera investigación exoneró a los militares porque actuaron "en defensa propia". Veintiséis años después, en 1998, se inició a investigar los hechos, por orden de Tony Blair, con una comisión que terminó la recogida de pruebas y testimonios en 2004. Cinco años después, aún se desconocen sus conclusiones.
  • Sabra y Chatila (Líbano, 1982). Grupos de falangistas libaneses entraron en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, cercanos a Beirut. El Ejército israelí les dejó pasar para iniciar la matanza. El número total de víctimas se desconoce: los palestinos aseguraron que varios miles; los israelíes lo rebajaron a 800 y los cristiano-libaneses a 450. Ariel Sharon, el ministro de Defensa israelí aquel año, llegó a ser primer ministro (curiosamente en 1982 era primer ministro otro viejo conocido Menahem Beguin)  y muchos le acusaron de ser el instigador de la matanza. Un tribunal belga quiso enjuiciarle. El considerado como autor material, el falangista libanés Elie Hobeika, nunca fue acusado en un tribunal, ni en su país ni en Europa, y llegó a ostentar un cargo en el gobierno de su país.
  • La represión en la Plaza de Tiananmen (China, 1989). De aquella madrugada del 3 al 4 de junio quedó una mítica foto de un estudiante frente a los tanques. La revuelta estudiantil contra el Gobierno chino que parecía ganar adeptos a cada hora en el resto de la población fue brutalmente aplastada por el Ejército de la República Popular. Aunque el alcalde del Pekín afirmó, un mes después, que murieron 200 estudiantes y resultaron heridos 6.000 soldados, otras estimaciones hablan de entre 2.600 y 5.000 muertos civiles. La represión duró meses y veinte años después, un centenar de aquellos manifestantes siguen encarcelados. El Gobierno chino intentó ocultar y minimizar aquellos hechos y la comunidad internacional "olvidó y respaldó los Juegos Olímpicos de Pekín 2008" (a pesar del embargo sobre la venta de armas a China que la UE y los EE UU mantienen desde entonces), según Jesús Hernández, que asegura que hay "bastante hipocresía internacional, lo que sirve para unos, no vale para otros".
  • La masacre de Sidi Rais (Argelia, 1997). Un grupo de unos 400 integristas islámicos armados llegó en la noche del 28 de agosto de 1997 a la aldea de Sidi Rais, a 20 kilómetros de Argel. Arrasaron con todo y dejaron 256 civiles muertos, entre ellos mujeres y niños. Sólo dos años después, en 1999, el nuevo presidente Abdelaziz Bouteflika promulgó una ley que amnistiaba a la mayoría de las guerrillas que habían participado en la guerra civil. No todos los guerrilleros lo aceptaron, pero sí los suficientes como para que la matanza de Sidi Rais, entre otras, quedara impune. Se calcula que en una década de conflicto murieron en Argelia entre 150.000 y 200.000 personas.
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