El Pozo, la herencia del cura 'rojo'

Esta semana se cumplen 50 años de la llegada del jesuita Jose María Llanos al Pozo del Tío Raimundo. Su figura marcó un antes y un después para esta barriada que en los años cincuenta carecía de los recursos humanos más elementales.
La herida del El Pozo no está ya en las chabolas.
La herida del El Pozo no está ya en las chabolas.
Jorge Paris
La herida del El Pozo no está ya en las chabolas.

“¡Que viene el cura!”, gritaba alguien, y entonces había que desaparecer. Porque aquel cura no se andaba con chiquitas y de sobra eran conocidas por todos sus malas pulgas. Siempre que se desataba algún conflicto en una chabola, fuera la hora que fuera, aparecía el padre Llanos dispuesto a poner paz aunque para ello hubiese que repartir algún mandoble.

No en vano, aquel cura había sido confesor hasta del mismísimo Franco. Desde su llegada al barrio, vadeando el barrizal, el padre Llanos se instaló en una chabola y desde allí, afectado por los problemas que veía a su alrededor, inició una batalla personal para conseguir la mejora en la calidad de vida de sus vecinos.

A medida que los inmigrantes, la mayoría provenientes de Andalucía y Extremadura, llegaban al barrio, Llanos organizaba grupos de trabajo para levantar las chabolas en una sola noche, ya que si la vivienda estaba en pie a primera hora de la mañana, la policía no la podía tirar.

Llegaría a abastecer las chabolas con agua robada de las bocas de riego

Después llegaría el abastecer las chabolas con agua robada de las bocas de riego, más adelante la red de alcantarillado, y por fin la luz eléctrica proporcionada por una cooperativa creada por los propios jesuitas.

Afiliado a Comisiones Obreras

Y aquel cura Llanos, que venía de preparar a falangistas, acabo tras su inmersión en la realidad social de la barriada, afiliándose a Comisiones obreras y al partido comunista. A partir de ahí siguió la lucha para conseguir el paso de las chabolas a los edificios de viviendas, cuya primera fase se terminó de construir a mediados de los años ochenta.

Hoy El Pozo es un ejemplo de orden urbanístico: un barrio con amplias aceras sombreadas por multitud de árboles y agradables y austeros edificios de ladrillo rojo. Pero aunque los tiempos han cambiado, El Pozo no ha olvidado sus orígenes ni lo mucho que tuvo que hacer para llegar a donde ha llegado, por eso en él pervive el espíritu solidario y comunitario que le inculcó el padre Llanos y del que dio buena muestra el 11 de marzo del pasado año, cuando sobre su estación cayó la zarpa del terrorismo.

El corazón malherido del barrio se encuentra ahora en su Centro Cívico y Cultural. Un lugar que alberga biblioteca, aulas para cursos y actividades de todo tipo, sirve de sede a asociaciones de ayuda a los necesitados, y hasta dispone de cafetería y peluquería.

Dos días a la semana se organiza un baile para los mayores del barrio

“Dos días a la semana se organiza un baile para los mayores del barrio”, nos cuenta Encarna Azaustre (42 años), miembro de la Asociación de Vecinos del Pozo que trabaja en el centro como voluntaria. Tres años después de la llegada del padre Llanos al Pozo, arribaron Antonio Noguera, de 74 años, y su mujer Isabel, de 73.

Ambos venían de Higuera de Llerena, provincia de Badajoz, en busca de un trabajo que les permitiera sacar adelante a la familia que empezaban a formar. Para ello adquirieron un “pedacito de chabola” en la que vivieron hasta el año 87 año en el que les entregaron su casa, en la primera fase de edificios construidos.

“A mí ya me han muerto tres veces, comprenderá que no estoy para ir a los bailes del Centro”, dice Antonio, mientras me muestra orgulloso el desfibrilador que lleva acoplado al pecho.”Si me acerco a la nevera me quedo pegado. Ya he tenido 9 infartos, 6 anginas de pecho, y llevo 37 muelles en las venas” , enumera como si de metas volantes en la carrera contra sí mismo se tratara.

“Cuando en el hospital me preguntan por lo que tengo, les digo que mejor empiezo por lo que no tengo, que es más corto”. “Se ha llevado él todos los infartos del barrio”, dice con el mismo humor su mujer, “ya se lo pueden agradecer”.

Isabel sí acude al Centro Cultural a clases de alfabetización. A la pregunta de si ya ha aprendido a leer y a escribir, contesta con optimismo: “Uff, un poquito, pero nunca es tarde, ya lo conseguiré”. Antonio e Isabel tiene tres hijos que no viven en el barrio, aunque les gustaría, pero no hay casas y no se puede construir más.

El tiempo de las drogas

“Es un buen barrio, ahora ya no hay apenas problemas de drogas, aunque en otros tiempos vimos muchas familias destruirse por esa causa”. Efectivamente desde el desmantelamiento del poblado de La Celsa, hace cinco años, los problemas de droga han disminuido mucho en El Pozo.

El barrio sigue lindando con el “territorio comanche”de Las Barranquillas, otro de los grandes hipermercados de la droga

Sin embargo el barrio sigue lindando con el “territorio comanche”de Las Barranquillas, otro de los grandes hipermercados de la droga que aún mantiene en vela a muchos padres de hijos adolescentes.

Frente a las atracciones de las fiestas del barrio, tres de estas adolescentes, Sara, de quince años, y Estela y Estefanía, de catorce, hacen tiempo delante de los toros mecánicos. Sara quiere ser veterinaria, Estela peluquera, y Estefanía gogó. Las tres salen con chicos de Entrevías, son fans de Bisbal y de la Niña Pastori, y por nada del mundo querrían irse a vivir fuera del Pozo.

“¡De eso nada, nuestro barrio es el mejor, que se vengan los de Entrevías para aquí! Ojalá que dentro de otros 50 años, Sara, Estela y Estefanía, puedan contarle a sus nietas que continúan en este barrio porque hace ya un siglo cierto cura, atípico y algo cascarrabias, se hundió en el fango hasta las rodillas para ayudar a sus antepasados a salir del fondo del pozo sin perder el orgullo de vivir en él.

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