"Tomé su pecho como almohada, notaba su corazón latir cada vez más deprisa"

Acabamos de llegar a la costa mediterránea después de 7 horas de viaje con aeropuerto  incluido. Preparada para pasar con mi hermana y mis padres dos semanas de estupenda tranquilidad en las aguas terapéuticas de la Manga del Mar Menor. O eso pensaba yo hasta que apareció el resto de mi familia a visitarnos. Nos acompañaron durante toda la estancia.

Ese mismo día por la tarde fui a ver qué tal era la piscina del complejo hotelero. En la cual me encontré con un grupo de chicos gritones un poco menores que yo. Me senté en una toalla a tomar el sol después de refrescarme en el agua inquieta por aquellos niños. Tras mis gafas de sol pude ver como un chico má¡s o menos de mi edad hablaba con otro mientras no dejaba de clavarme la mirada. Yo pensé: que estupidez, no puede ser que me mire a mí­. Es guapo, parece simpático y está tranquilo sin molestar a nadie. Al rato se levanta y se acerca a mi posición, donde me invita a salir por la noche con él y unos amigos. Ya que no conocía a nadie a parte de mis familiares, acepté la invitación.

Quedamos a las 21:00 en una plaza interior que había en el hotel. Me arreglé para causar buena impresión. Aunque la impresión me la llevé yo cuando llegyé a la plaza y me encuentro al muchacho que me invita con los chicos gritones de la piscina. "¿Dónde me he metido?", pensé. Era un grupo de unas veinte personas adolescentes, con hormonas incluidas. Eran de todos los lugares deEspaña, una mezcla. Al final me resultaron bastante divertidos.

Todos y cada uno de los días que pasé en el hotel iba con ellos a la piscina o a la playa, aunque siguieron gritando como el primer día y no me gustaba mucho esa faceta. Pero habí­a un chico que seguía siendo para mÃí el centro de atenciónn: el que me invitó. Nos poníamos a jugar con los chicos pequeños y él era mi cómplice para gastarles bromas y para darles algún susto que otro a los más traviesos.

Una noche me fui con él a la playa. No habí­a mucha luz. Sólo la suficiente para poder ver las estrellas. Nos tumbamos en la arena a intentar sacar las formas de las constelaciones que para nosotros era la correcta. Hablábamos de cualquier cosa, parecía que nos conocíamos desde siempre. Me incorporé y tomé su pecho como almohada. Notaba su corazón latir cada vez más deprisa. Me cogió la mano (momento tremendamente emotivo cuando eres adolescente). Estuvimos jugando y riéndonos toda la noche sin que nadie nos molestara. Cuando nos dimos cuenta estaba saliendo el sol por el horizonte. Se sentó a mi lado y me besó (momento extremadamente emotivo cuando eres adolescente).

Este ritual no fue seguido cada noche, pero casi. Lo más triste fue la noche antes de despedirnos. Esa noche no nos fuimos a dormir. Prometimos que í­bamos a ser los mejores amigos para siempre. Y así ha sido. Aunque nos separan como 2000 kilómetros de distancia, hasta el día de hoy hemos seguido manteniendo el contacto.

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