Enloquecida por culpa de la autoayuda

Risoterapia
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Una noche a Juan le despertaron las carcajadas de su novia. Estaba atravesando una depresión y llevaba meses sin esbozar siquiera una sonrisa. Él, asustado, la despertó; pero ni despierta podía detener la risa.

Pasadas tres horas de carcajadas frenéticas y todo tipo de intentos por parte de Juan (incluso llegó al insulto) por evitarlas, decidió llevarla a Urgencias. Estaba claro que era una crisis de ansiedad.

La atendieron rápidamente, debido, obviamente, al escándalo que suponía una persona riendo de ese modo en medio de un lugar como ése. La derivaron a Psiquiatría. Allí comenzaron las preguntas que, dadas las circunstancias, tenía que responder él. Explicó que ella llevaba meses sumida en una depresión y que el día anterior se había dormido entre lágrimas, pues últimamente no era capaz de controlar el llanto. Incluso había dejado de salir a la calle porque se ponía a llorar en cualquier sitio sin poder evitarlo.

La ingresaron, le inyectaron calmantes y finalmente se durmió. Juan esperaba a que el psiquiatra que le había interrogado le dijera algo. No sabía cómo ayudar. Hacía recuento de los últimos meses, buscaba alguna causa, ya no para la depresión, que a eso llevaba buscándole motivos todos estos meses, sino a la extraña risa que les había llevado al Psiquiátrico.

Hasta que cayó en la cuenta. La última semana había estado leyendo uno de esos malditos libros que tantas veces le había dicho él que no leyera. Pidió a la enfermera hablar con el médico: tenía una información que les podía ayudar.

El psiquiatra lo escuchó y sonrió. El asunto estaba claro, lo que no entendía era cómo había logrado hacerse con uno de esos libros que tantos años llevaban prohibidos. Además, el que ella había estado leyendo era el peor: era el que recomendaba sonreír frente al espejo nada más levantarse y decirse: hoy voy a ser feliz.

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