Masako, ¿qué tendrá la princesa?

  • La futura emperatriz de uno de los países más avanzados del mundo vive confinada por una enfermedad moderna y unas leyes atávicas.
  • Mientras su historia inspira en Occidente biografías apasionadas, su pueblo comienza a cuestionarla.
La princesa Masako junto a su marido, Naruhito.
La princesa Masako junto a su marido, Naruhito.
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La princesa Masako junto a su marido, Naruhito.

La llaman la princesa cautiva, la mariposa atrapada, la dama triste, la prisionera del trono del crisantemo...

Vive desde hace 16 años en el palacio de Togu, en pleno Tokio, separada sólo por una hilera de embajadas del barrio que marca el pulso de las noches de la capital; a pocas paradas de metro del parque de Yoyogi-koen, donde jóvenes siniestros y dulces lolitas amenizan con sus disfraces las mañanas de domingo; a quince minutos en bus del hogar de las fashion victims -Shibuya-, y a media hora de los templos y mercadillos en los que las mujeres se pasean aún en kimono, aferradas a móviles de última generación.

Princesa MasakoMasako, de 45 años, sale poco. Quizá no recuerda con precisión los contrastes y la belleza que forman el entramado de su ciudad natal. Sumida en una depresión que la ha recluido en un misterioso silencio, apenas asiste a actos públicos y espacia sus viajes oficiales. Durante el día desarrolla "una intensa actividad monárquica", apuntan, sin embargo, fuentes palaciegas. La formación de una futura emperatriz consorte, que incluye clases de poesía, historia y cultura japonesa, es compleja y puede durar décadas. El tiempo que le queda libre, lo emplea en su hija Aiko. También toca el violín y le gusta caminar por la montaña.

Niña bien y yuppie internacional

Poco queda de aquella treintañera emancipada, políglota y encantadora que cautivó al mundo cuando contrajo matrimonio en 1993 con Naruhito, heredero al trono de Japón.

Antes de dar el "sí, quiero", la plebeya Masako Owada había vivido en Rusia y EE UU, había estudiado en Harvard y Oxford, y había trabajado -brillantemente- en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Dicen que Masako sólo aceptó a su pretendiente cuando éste la convenció de que en la Casa Imperial podría desempeñar funciones de diplomacia. Durante el anuncio de su compromiso, recibió su primera reprimenda: había hablado unos segundos más que Naruhito.

Princesa Masako

Tras el enlace, Masako tuvo que esperar dos años para pronunciar su primer discurso. Cercada por centenares de funcionarios y por severas obligaciones reales, contempló cómo su prometedor futuro profesional se veía restringido a perpetuar la dinastíamás antigua del mundo con un hijo varón, algo que no ha conseguido.

Se cree que la presión por dar a luz a ese heredero, así como la encorsetada vida de palacio, la han arrojado a un grave desequilibrio emocional contra el que lucha, sin éxito, desde 2004.

Entre la veneración y las críticas

En todo este tiempo, Masako ha contado con el apoyo de su marido, quien en varias ocasiones ha rogado "comprensión" para su esposa. También con el de la prensa occidental y, hasta hace bien poco, con el de gran parte de su pueblo. Este último se debate hoy entre la compasión y las últimas noticias divulgadas por los diarios nacionales, que recogen sus dispendios en establecimientos de lujo y en sus vacaciones por Europa.

Princesa Masako

En los corrillos se cuenta que Masako critica a la familia imperial ante los invitados occidentales, que se entiende mejor con éstos que con los propios asiáticos, o que se la vio cenando con unas amigas en un restaurante de moda en Tokio cuando debía estar recibiendo a unos representantes de India. Pero su problema más grave es, según algunos, su pertenencia a la secta "Soka Gakkai". "No se ha confirmado, pero todo el mundo lo sabe", asegura muy seria Haruki, una joven japonesa.

El futuro puede ser una mujer

Princesa MasakoQuizá Masako se sienta algo más alegre si prospera la recomendación de algunos expertos, que piden permitir el ascenso al trono por parte de una mujer.

De esta forma, su hija, Aiko (de siete años), podría convertirse en emperatriz, algo más complicado desde el nacimiento de su primo Hisahito. Si el trono recayera en él, hasta Naruhito podría perder los derechos en favor de su hermano Akihito.

¿Complicado? Sin duda: tanto como para arruinarle la vida a toda una princesa.

Las niñas ya no quieren ser de la realeza

Masako rechazó en dos ocasiones la petición de mano de un enamorado Narahuito. "El trabajo lo es todo para mi", alegó. No pudo rechazarla, sin embargo, una tercera vez, tal y como establecen las tradiciones niponas.

Desde hacía años había sido seleccionada, junto con otras 300 jóvenes solteras, por un grupo de funcionarios de la Corte cuya misión es buscar a la candidata idónea para el príncipe heredero.

Hoy se dice que numerosas jóvenes de buena familia han puesto pies en polvorosa, o han contraído matrimonio precipitadamente, cuando han sospechado que estaban en el punto de mira de estos celestinos reales. La vida de princesa se antoja hoy mucho menos atractiva en Japón que la de una alta ejecutiva.

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